Reflexión
Es difícil escuchar
P. Juan Ángel López Padilla
No me creo tanto el título de la columna de esta semana. Tal vez porque por personalidad trato de ser optimista, pero, y vaya pero, en la práctica y a la luz de los acontecimientos de nuestro mundo debo admitir que no es fácil escuchar. Hablar, lo es muchísimo más.
Cuando leía en estos días el discurso inaugural del Papa en el Sínodo de los Obispos, me daba cuenta que hay que tener mucha valentía para escuchar, para no presuponer, para no prejuzgar.
Por dónde vean la realidad de nuestro mundo se van a topar con un palabrerío que a veces parece inútil o al menos le deja a uno la sensación que se dicen cosas, para no decir nada, pero sobre todo, para no hacer nada. Lo malo de lo que acabo de escribir es que he caído también en el prejuicio que ya apuntaba antes.
A nivel mundial los tambores de guerra en el Medio Oriente, están sonando muy fuerte. Pero, ¿no sé qué aturde más? ¿si los aviones bombardeando por todos lados? o ¿la inmensa cantidad de discursos que no nos están llevando a ninguna parte? Leyendo y escuchando a los líderes envueltos en este relajo, confirmo la advertencia que nos hizo Papa Francisco, y por favor no quiero sonar alarmista o agorero, pero una III Guerra Mundial no está del todo lejos de ocurrir. Sólo que una vez más, como en la Crisis de los Misiles en Cuba, es urgente que aumente nuestra oración para evitar lo que sólo puede traer dolor y muerte a un mundo de por sí, demasiado violento.
En Honduras las cosas son similares. Violencia y discursos. Negados a sentarnos para escucharnos. Los que se sientan, en muchas ocasiones, son los que se parapetan detrás de un micrófono para ofender, para levantar falsos, para “crear una opinión” y nada más volátil que la opinión “pública”, que es el monstruo de las mil cabezas y generalmente no se mueve por lo que es ético, sino por lo que permite un desahogo descontrolado de pasiones reprimidas.
En fin, la Iglesia ni es ajena a esas actitudes ni a sus consecuencias, pero no puede prestarse para el pesimismo ni para la frustración. Por eso es que tiene tanta trascendencia este Sínodo de los Obispos. Porque no hay nada que pueda contrarrestar mejor ese ambiente tan voluble, como los valores cultivados en la familia.
Vivir en familia es aprender a respetar y a compartir. No se trata de uniformar, pero si de generar espacios en los que se educa para construir ambientes que favorezcan el desarrollo individual, con función comunitaria. Es justo. los individualismos egoístas. los que nos tienen como estamos. Los engranajes de una sociedad, aunque a ratos pareciese que trabajan aislados, no significa que de suyo sean el producto pensado para formar islas, no puentes, o mejor: redes.
En unos pocos párrafos, les he querido mostrar lo que nos está pasando, en el mundo en general, y ninguno puede sentirse desinteresado o desafectado. Somos una sociedad en la que todos contamos y todos debemos sentir que nuestra voz es válida y que se convalida en la medida que encuentra interlocutores dispuestos a escuchar, no a imponer su criterio. Todos debemos hacer el ejercicio de escuchar, para tener aquella paz que nace de haber tenido la valentía de aprender de otros, de crecer.