Semanario FIDES

EL DECANO DE LA PRENSA NACIONAL

La suave voz del Papa

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La suave voz del Papa
Jóse Nelsón Durón V.
El pobrecillo de Asís, san Francisco de Asís, fue bautizado como Juan cuando nació en Asís, Italia, aunque en su infancia las gentes le llamaban “francesco” (el francés) debido a los constantes viajes de su acomodada familia a Francia. Gozó sanamente su primera juventud, aunque sin interesarse por los negocios de su padreni por los estudios. Gastaba mucho dinero pero siempre daba limosnas a los pobres y le gustaban las románticas tradiciones caballerescas que propagaban los trovadores.
Después de estar prisionero por un año cayó gravemente enfermo, lo que fortaleció y maduró su espíritu. Sirvió un período en el ejército, dejó de combatir y volvió a su antigua vida pero sin tomarla tan a la ligera. Se dedicó a la oración y después de un tiempo tuvo la inspiración de vender todos sus bienes y comprar la perla preciosa de la que habla el Evangelio: la santa pobreza. Se dio cuenta que la batalla espiritual empieza por la mortificación y la victoria sobre los instintos. Un día se encontró con un leproso que le pedía una limosna y le dio un beso.Visitaba y servía a los enfermos en los hospitales. Siempre regalaba a los pobres sus vestidos o el dinero que llevaba. Un día, una imagen de Jesucristo crucificado le habló y le pidió que reparara su Iglesia que estaba en ruinas. Decidió ir y vender su caballo y unas ropas de la tienda de su padre para tener dinero para arreglar la Iglesia de San Damián. Llegó ahí y le ofreció al padre su dinero y le pidió permiso para quedarse a vivir con él. El sacerdote le dijo que sí se podía quedar ahí, pero que no podía aceptar su dinero. El papá de San Francisco, al enterarse de lo sucedido, lo llevó a su casa y lo golpeó furiosamente, le puso grilletes en los pies y lo encerró en una habitación (Francisco tenía entonces 25 años). Su padre le obligó a ir con el obispo de Asís quien le sugirió devolver el dinero y tener confianza en Dios. San Francisco devolvió a su padre en ese momento la ropa que traía puesta y el obispo regaló a San Francisco un viejo vestido de labrador, al que San Francisco le puso una cruz con un trozo de tiza y se lo puso, para convertirlo en su ropaje permanente como esposo de la Señora Pobreza, pedida por Cristo a quienes quieran seguirle.
El Obispo de Roma, Jorge Mario Bergoglio, Su Santidad, el Papa Francisco, llamado así en honor del Pobre de Asís, camina por el mundo del brazo de la misma Señora, demostrando su adhesión a los votos originales de humildad, pobreza y obediencia de los franciscanos, que son prácticamente los mismos que los jesuitas: “Se trata de renunciar para ser libres en un triple sentido: pobres para compartir, castos para ser de todos y obedientes para responder a la llamada de Cristo.” (Diccionario de Espiritualidad Ignaciana).Éste es el espíritu que el Papa Francisco despliega donde quiera vaya, asombrando con su sencillez, humildad y, especialmente, con su brillantez en el trato de los más urgentes problemas humanos, abrigándolos con familiaridad nacidade su testimonio. La pobreza se vive, experimenta y sufre para poder compartirla; solamente un auténtico pobre puede solidarizarse en ella. Su paso cansino por tierras americanas y el suave eco de su voz rendirán con toda seguridad frutos a favor de los pobres y en beneficio del clima, la paz, la conciliación de los pueblos, los migrantes, el crecimiento espiritual de familias y de personas, especialmente los jóvenes impedidos de oportunidades para crecer y manifestarse.
Rogamos que el impacto de ese mensaje taladre, hiera, abra e inspire los corazones más resistentes el diálogo; que la universalidad de las causas que lo motivan suscite una comprensión amplia de la necesidad del presto asiento en la mesa del bien común y las revoluciones y campañas libertarias a ser libradas, sean dirigidas contra la ambición, egoísmo, corrupción, abuso de poder, injusticia, falta de trabajo, hambre, destrucción del ambiente, polución, ignorancia, enfermedad y otras lacras que encadenan al ser humano y lo empujan al abismo de la abyección, delincuencia, crimen, vicios y todo tipo de asaltos a la propiedad, dignidad y derechos del prójimo. Solamente así, con la ayuda de todos y con el alma dirigida a Dios, podemos aspirar a remontar tantos siglos de pobreza y sufrimientos injustos de las mayorías, que solamente han servido para enriquecer las mesas de unos pocos. Para gloria y alabanza de Cristo, así sea. Amén.

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Esta entrada fue publicada el 2 octubre 2015 por en Caminar, Punto de Vista.
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