Homilía del Señor Arzobispo para el XXVII domingo del Tiempo Ordinario
“¿Le está permitido a un hombre repudiar a su mujer?”
Esta pregunta de los fariseos a Jesús no se refiere al divorcio tal y como ahora se plantea, sino a la desigualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Es decir, los fariseos preguntan si los privilegios del hombre, que eran prácticamente ilimitados, permanecen. Y eso es lo que Jesús no tolera: el sometimiento total de la mujer al varón dentro de la familia patriarcal que tantos sufrimientos provocaba en las mujeres de su época. Ningún cristiano podría, hoy, legitimar con el Evangelio, nada que promueva la discriminación, exclusión o sumisión de la mujer.
El divorcio (mejor “repudio”), en aquella época, era una tremenda discriminación de la mujer. Jesús rompe con la interpretación machista por la cual el hombre podía despedir a su mujer por cualquier causa y se pone de parte del más débil…
Jesús les remite al designio original de Dios citando el Génesis: “Serán dos en una sola carne”, es una expresión hebrea que significa: dos en plena comunión de amor. Es decir, contra la mentalidad y cultura judía, Jesús afirma la igualdad del hombre y de la mujer fundamentada en el amor. El amor sólo es posible en la igualdad y en la dignidad.
Jesús termina con la cita del Génesis, afirmando: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”… ¿Qué quiere Jesús decir con esta afirmación? ¡Que el amor no se acabe nunca! La respuesta de Jesús desconcertó a todos. Las mujeres no se lo podían creer. “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”, que significa que Dios no quiere mujeres maltratadas y sometidas al varón, Jesús no admite la superioridad del varón y el sometimiento de la mujer sino un verdadero amor.
Jesús pone de relieve el designio de Dios que es amor. La visión de Jesús sobre el matrimonio es completamente distinta de la que rige en la sociedad judía: en la sociedad judía la unión de la pareja no se realiza por el amor mutuo, sino por el dominio del hombre sobre la mujer. En el planteamiento de Jesús, el factor de unión es el amor que realiza la unidad: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. Lo que Dios ha unido que no lo separen nuestras frustraciones, nuestras distancias, nuestro egocentrismo, nuestros problemas afectivos. No basta el instinto sexual, se necesita un verdadero amor… La clave está en liberar un verdadero amor que es el “designio” que Dios tiene sobre cada uno de nosotros y que está en el fondo de todo ser humano…
Por supuesto, que nuestra capacidad de amar está condicionada por nuestras carencias afectivas, enganches, intereses que nos ciegan y que nos impiden elegir bien. Jesús sólo hace una propuesta: lo mejor es esforzarse para que esta unión no se rompa y que este amor no se apague nunca. Pero si eso se hace imposible, El estará siempre a nuestro lado comprendiendo nuestra fragilidad, perdonando nuestros errores y alentando nuestra vida para poder empezar de nuevo.
“Los niños se acercaban a Jesús para que los tocara, pero los discípulos los regañaban y Jesús les dijo indignado: “Dejen que los niños se acerquen a mí…”. Los discípulos impiden que se acerquen los niños no porque estos puedan molestar al Maestro, sino porque los niños no representan nada. Tenemos que recordar que los niños no eran tenidos en cuenta en la sociedad de la época de Jesús. Los niños eran tan menospreciados como las mujeres. Jesús rompe el esquema cultural y acoge a los niños.
Además, Jesús, con su gesto de “abrazar a los niños”, va más lejos de lo que se le había pedido. Con este gesto de ternura manifiesta la preferencia de Dios por los que nada pueden ni valen humanamente. En los niños, hoy podemos ver representado el amplio mundo de los pobres y marginados, los que no tienen interés para nuestra sociedad, tantas personas que no son “productivas”, que no interesan ni para la política, ni para la economía, ni para nuestra sociedad.
Hoy recordamos con dolor que todavía son demasiados los países en los que se pisotea la dignidad y el respeto que los niños merecen: niños explotados por el trabajo o por el mercado del sexo, niños obligados a convertirse en soldados, niños privados de asistencia sanitaria, niños desnutridos, niños necesitados de un verdadero amor etc.
Jesús termina: “El que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”.
Ser como un niño significa reconocer la propia pertenencia. Uno descubre quién es cuando cae en la cuenta de a quién pertenece… (nuestra vida pertenece a Dios).
En definitiva, las mujeres y los niños, que en aquella cultura eran considerados de rango inferior, Jesús les devuelve su dignidad rompiendo los esquemas sociales y religiosos vigentes. Esta es la novedad del Evangelio de este domingo.
Somos como niños ante el Misterio de Dios que nos sobrepasa siempre. Que como niños reconozcamos hoy que nuestra vida pertenece a Dios y que nuestro corazón cante la esperanza. Nuestra oración puede ser: “Señor Resucitado, en nuestra fragilidad, sólo en Ti esperamos, Tú eres nuestra vida y nuestra alegría”.