Reflexión
Ante el Sínodo de la Familia III
P. Juan Ángel López Padilla
Creo que hablo por todos aquellos que hemos disfrutado el viaje apostólico de Papa Francisco a Cuba y Estados Unidos. Cuando terminó dicho, sentimos como un vacío por la ausencia del Papa en tierras americanas; pero, al mismo tiempo, sentimos como una especie de satisfacción por todos sus gestos y sus palabras; y, aquí si ya hablo por mi mismo, una especie de reto, por la amplitud y profundidad de tratado por el Papa. Aún creo que no he caído en cuenta de todo el alcance de la doctrina aplicada que salió de sus labios y peor aún cuando dejaba de lado los papeles y comenzaba a hablar desde el corazón. No estoy muy seguro de la veracidad de lo que voy a comentarles pero creo que este Papa de la Misericordia, es el Papa que más ha hablado de la familia. Probablemente los Romanos Pontífices que han dirigido la Barca de Pedro por muchos años, han tocado el tema familiar en más ocasiones a lo largo de los años, pero en promedio, por los pocos años que lleva de pontificado Papa Francisco, es el que más ha mantenido el dedo en este renglón.
No cabe duda que estamos librando una verdadera batalla contra las fuerzas del mal, cuando defendemos la institución de la familia, pero creo que la nuestra es casi guerra de guerrillas. Es con gestos pequeños, pero permanentes, que podremos triunfar sobre estas acechanzas.
¿Han notado que el Papa siempre se refiere a la familia sugiriendo que actuemos con gestos sanos, humanizantes y apegados a normas de sencilla urbanidad? Pedir perdón, decir gracias, pedir permiso, no gritar, decir te quiero, dar caricias, etc. Son cosas que aparentemente no cuentan pero que lo analizamos lo cambian todo.
Nuestras familias están llamadas a ser reflejo del amor de Dios. Pedir perdón es descubrir el rostro misericordioso de Dios y trasladarlo a nuestras relaciones interpersonales; pedir perdón es reconocer no sólo nuestras faltas sino confiar en que el otro puede tender la mano y perdonar.
Pedir permiso, no es un acto de sumisión y tampoco de simple urbanidad. Pedir permiso es aprender que todos tenemos siempre que conducirnos de manera que los derechos de los otros, también cuentan; que nuestros padres y las personas mayores cuentan.
“No gritar” es el reconocimiento de que el diálogo es siempre el camino para alcanzar progresos en nuestras relaciones. Alzar la voz es haber perdido el argumento. Dios no nos grita, aunque de vez en cuando es bueno recordar los truenos del Sinaí para recordar los mandamientos. “Decir te quiero” es no sólo un acto de sinceridad, que lamentablemente a veces se vuelve muletilla, sino que es la apertura del corazón que recuerda que hay mucho más que una atracción física, que las obligaciones de la sangre, que la costumbre de estar juntos. Decirlo es pedirlo. Dios nos ama y nos acaricia siempre.
“Decir gracias” es gusto el acto que mejor nos acerca a la grandeza de Dios, porque es desembocar en la “eucaristía”. Dar gracias es lo más humano y lo más divino a la vez.
Aunque no lo crean: de estas actitudes llevadas a maduras decisiones, tratará el Sínodo, porque ocuparse del matrimonio y la familia, es ocuparse de gestos con palabras consecuentes, no al revés.