Diálogo “Fe y Razón”
Mejor no aplauda
Diac. Carlos Eduardo
carloseduardiacono@gmail.com
Si quieren saber la verdad, no tengo ni la menor idea de cuándo ni dónde se inventaron los aplausos, demostración sonora de aprobación y de entusiasmo. Pero sí recuerdo haber estudiado que ésta fue también una costumbre en la Roma antigua. Quiero también compartir que me gustó la idea del que inventó el aplauso de los sordos e hipoacústicos, quienes levantan los brazos y agitan las manos de izquierda a derecha y viceversa. Lo que sí me queda muy claro son dos cosas: la primera, que el aplauso lo inician o los más entusiastas, o los más entendidos, o los más despistados; la segunda, que el aplauso es contagioso: una vez iniciado, se unen a él todos, o casi todos. A decir verdad, a veces aplaudimos por solidaridad con la persona y no por el mérito de la obra. Otras veces porque otros empezaron y nos apena ser los únicos disidentes. Y otras tantas veces aplaudimos porque los demás lo hacen, aunque ignoremos a quién, a qué, o por qué aplaudimos.
Se me ocurre lo anterior, por haber escuchado a un distinguido señor de nuestro patio político, que no se distingue – dicho sea con toda discreción y caridad – por sus limpias ejecutorias, ni por sus manifestaciones de fe, ni por su lucha por el bien común, diciéndome que a este Papa Francisco había que aplaudirlo cada vez que hace o dice algo. Que conste, yo participo de tal entusiasmo, pero sé, o al menos creo saber, por qué me dan ganas de aplaudir. Pero con el mencionado ciudadano me dan ganas de decirle (aunque no lo haré por el respeto que me merece como persona y funcionario) “Compadre, mejor no aplauda”. Y es que lo que su Santidad le quiere transmitir a él, y a mí y quizá a usted también, es que hay que cambiar de vida, vivir los valores del Evangelio y, por tanto, ocuparnos del prójimo, respetar a todos, ayudar a mejor la sociedad, y tantas cosas más.
Si usted. cree en Dios, pero no le cree a Dios, mejor no aplauda. Si usted. ama a Dios, pero “no le nace” eso de amar al prójimo, peor si allí están incluidos los pobres, los majaderos, los delincuentes y hasta los enemigos, mejor no aplauda. Si usted va a misa, y por eso se siente en paz con Dios y consigo mismo, pero no permite que los mensajes del Evangelio, de la Iglesia (y hasta los del mismísimo Papa Francisco) tengan algo que ver con sus actividades políticas, laborales, o profesionales, mejor no aplauda. Si usted piensa que una cosa es dedicar un rato a Dios por semana, pero que el resto es para negocios, diversión y familia, donde la espiritualidad nada tiene que ver, mejor no aplauda.
Pero si el Papa nos conmueve, y entendemos la razón; si sentimos que cada vez que le escuchamos nos nace el deseo de poner en práctica sus consejos y orientaciones, y vemos que nos humanizamos más, y que el corazón está palpitando como no lo hace la piedra, entonces aplaudamos y sigamos haciendo esfuerzos por cambiar. Si no consideramos al Papa Francisco una estrella mediática y, por el contrario, vemos en él a un buen pastor, que nos ha sido enviado por el Señor, entonces, por favor, aplaudámosle una y otra vez. Pero eso sí, cambiemos de vida. ¡Ah¡ Y no nos olvidemos de rezar por él.