Diálogo “Fe y Razón”
Síntesis
Diac. Carlos Eduardo
carloseduardiacono@gmail.com
No vamos a negar que la palabra síntesis sea parte del lenguaje científico y filosófico. Que esto no nos asuste, porque, al fin y al cabo, es muy fácil de entender. Su origen no pudo ser más humilde, pues lo usaban los antiguos griegos en el mercado, para indicar que, después de regatear, habían llegado a un arreglo. Y se usaba también en las casas y en los barcos, para indicar que se había puesto orden. Del arreglo de las cosas materiales, la palabra pasó a expresar el arreglo de las cosas mentales, de las ideas.
La palabra ha llegado hasta nosotros gracias a la filosofía de Hegel, quien planteaba que, ante una afirmación cualquiera, surgía una negación o contradicción, con la consiguiente polémica, para dar lugar, luego, a la síntesis, momento de superación de la contradicción, no por la victoria de una de las partes, sino por haberse conseguido armonizar algunos elementos de una y otra parte, para formar un planteamiento relativamente nuevo.
Al buscarse la armonía entre partes, hay que concentrarse en lo esencial, no en lo secundario. Por eso la síntesis tiene también el significado de suma y de resumen; y lo interesante del asunto es que todos tenemos la capacidad de hacerlo, pero es necesario quererlo hacer, y practicar hasta que se adquiera el hábito. Vemos con agrado que, ante las contradicciones infantiles, muchas madres han logrado pacificar a sus hijos con hábiles síntesis, buscando que queden contentos y reconciliados, y que, sobre todo, no quede la sensación de que uno de ellos ha triunfado sobre sus hermanos.
Ante las contradicciones sociales y políticas de nuestra vida republicana, se requiere llegar a síntesis por la vía del diálogo. Y estas síntesis, por lo general, pueden ser consensos, es decir, puntos en los que, poniendo aparte lo secundario y el vocabulario usual de cada quien, llegamos a la conclusión de que hay coincidencias de fondo. O también pueden ser compromisos, es decir, acuerdos a los que se llega cediendo en lo que nos parece que puede cederse, ante una necesidad o interés mayor, como son las necesidades e intereses de las personas y de los grupos.
Con la participación de la OEA, o sin ella, debemos seguir dialogando, so pena de estancarnos eternamente en contradicciones, quizá importantes, pero que pierden valor frente al porvenir y el bienestar de los ciudadanos, el progreso y la equidad económica y la dignidad de las personas. Con la necesidad de detener la corrupción, de eficientar la justicia y recuperar el estado de derecho, no podemos no ponernos de acuerdo. No debemos dejar de hacerlo.
Por supuesto, hay puntos no negociables, pues tienen que ver con los principios, la verdad objetiva, la dignidad humana y el interés de la nación. Todo esto no es tema de discusión sino punto de partida, coincidencia inicial. Si alguien se rige por la fe y los principios evangélicos, no puede estar dispuesto a que le pidan renunciar a ellos para poder dialogar. Se le señalará como dogmático, y se tendrá razón, pues en materia religiosa sí cabe el dogma. Pero lo complicado del asunto es que las ideologías conducen por lo general a un manejo dogmático, cerrando así la posibilidad de negociación.
Pidamos al Señor Jesús, camino, verdad y vida, que nos conceda la fortaleza para poder seguir dialogando a favor de este pueblo, merecedor de mejores horizontes.