Al encuentro de la palabra… según San Marcos para la Lectio Divina
“En aquel tiempo instruía Jesús a sus discípulos…”
(Mc 9,29-36 – XXV Domingo del Tiempo Ordinario)
P. Tony Salinas Avery
asalinasavery@gmail.com
Tal vez el texto de este domingo, habría que situarlo dentro de los sentimientos que albergaba el pueblo hebreo en esos años de dura ocupación romana. El Mesías tan esperado, en vez de apoyar el movimiento revolucionario anti-imperialista, se hará solidario con las víctimas, será también aplastado por el poder: “será entregado en las manos de los hombres y lo matarán”… Por tres veces consecutivas lo señala durante su viaje que lo lleva a Jerusalén desde Galilea, conocidos como los tres anuncios de la Pasión. Claro que el mismo Jesús, supera la tragedia de su vida, con el anuncio de la luz, que brota de su resurrección (“a los tres días resucitará). Pero esto a sus oyentes, les parece sólo un sueño, sólo una esperanza inalcanzable. Evidenciado queda esto, porque mientras Él les anuncia su pasión y muerte, ellos van discutiendo sobre la conquista y sobre los diversos grados de su jerarquía futura. Por tal razón, el inicio de esta perícopa, se inicia acertadamente así: “En aquel tiempo Jesús instruía a sus discípulos”.
Claro, desde siempre la historia ha señalado los distintos grados a los que aspiran los seres humanos: políticos, militares, civiles y eclesiásticos. Será por tal razón que Jesús tiene que reunir a los Doce, para darles la magnífica lección: en el Reino de Dios el verdadero primero es el último en el reino de los hombres. Y como hacían los profetas, pasa a un acto simbólico: llama así a un niño, para convertirlo en sujeto que tiene un mensaje precioso para ellos, que ya son adultos y maduros. La instrucción del Señor, al colocar al niño dentro de su enseñanza, invita al discípulo a entrar en su escuela, no con las ansias del poder, con el prestigio que da la riqueza o con la fuerza de las armas, sino con el espíritu del cordero, con la actitud del siervo, con la voluntad del hombre de paz y la donación de la persona que ama y espera, sin esperar mayores recompensas.
Pero el mayor ejemplo para ellos estará precisamente en Él, que se ha identificado con los pequeños y humildes, en Él que no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida. Del corazón del propio Hijo de Dios, bien pudo haber salido el maravilloso canto del Salmo 131: “Señor, mi corazón no es orgulloso ni mis ojos altaneros; no voy buscando grandeza ni cosas que me vienen anchas; no, yo estoy muy bien tranquilo y muy callado como un niño en el regazo de su madre; mis deseos son parecidos a ese niño”. Y supo alabar también al Padre: “Señor del cielo y la tierra, porque has tenido ocultas estas cosas a los sabios y a los inteligentes, y se las ha revelado a los pequeños” (Mt 11,25).
También hoy la enseñanza es para todos nosotros, que deberemos llegar a comprender este camino, que es parte, como nos lo señaló el domingo pasado, en el hecho de “tomar la cruz y seguirlo”. La cruz, está hoy en saber ser humildes y en la renuncia a la búsqueda desmedida del poder y del prestigio, olvidando las palabras del maestro. Él nos ayude a comprender cada vez más y mejor toda su enseñanza.