Diálogo “Fe y Razón”
Tierra reseca
Diac. Carlos Eduardo
carloseduardiacono@gmail.com
Las discusiones sobre la existencia, nivel de gravedad, causas y responsabilidades del cambio climático, que han ocupado tanta gente y tanta tinta, parecen llegar a su fin. El cambio climático se impone con toda su crudeza y ya no importan tanto las polémicas académicas y políticas, aunque habrán de seguir, esperemos que con adecuados resultados científicos y tecnológicos.
La sequía puede leerse como un drama de personas, en un diario de la Costa Norte: «La incertidumbre de no saber cómo alimentará a su esposa y los tres nietos que están bajo su cuidado, martiriza a don Porfirio Chávez, agricultor que invirtió, sembró y perdió su finca de cuatro manzanas de maíz y frijol por el largo período de sequía.“Tenía la esperanza que lloviera este mes, pero ni una sola gota ha caído. No sé qué voy a hacer para alimentar a mi familia porque ya perdí todo. Mi única esperanza es que crezcan unas parras de pataste para comer en los próximos meses, porque sino tendremos que aguantar hambre”, expresa con tristeza» (La Prensa 25/07/15).
También se puede hacer una lectura como drama nacional: «La escasez de lluvia devastó al menos el 70% de los cultivos de maíz y el 45% del cultivo de frijoles, afectando de manera directa a 72,000 familias de 66 municipios. Las regiones más afectadas comprenden por el fenómeno de El Niño en el denominado corredor seco que abarca Valle y Choluteca y el sur de Olancho, El Paraíso, Francisco Morazán, La Paz, Lempira y Copán. “Nosotros estimamos que hay aproximadamente 70 mil familias afectadas y que la producción se va a disminuir en un millón de quintales en la cosecha de primera”, reveló Jacobo Paz, titular de la SAG»(El Heraldo 03/08/15).
Me da la impresión de que gobierno, empresa privada, sociedad civil y todos nosotros, hemos reaccionado con demasiada lentitud, no sólo ante la sequía actual, anunciada desde el año pasado, sino también ante el cambio climático, del que se viene hablando, cada vez más insistentemente, desde hace más de tres décadas en los medios de comunicación social y, por supuesto, mucho más tiempo atrás en los círculos académicos, frente a la indiferencia de la mayoría y la negación de muchos.
Todo ello me hace recordar que el Libro de los Reyes narra la gran sequía en la tierra de Israel, cuyo comienzo y final fue predicho por el profeta Elías (1R, 17 y 18). Siguiendo una fuerte tradición judía, la carta de Santiago atribuye tanto el inicio como el fin del fenómeno a la insistente oración de intercesión del profeta (St 5, 17).
El texto anterior, más el conocido versículo: «Mi alma tiene sed de Tí,como tierra reseca, agostada, sin agua» (Sal 62), al que no pretendo desvirtuar, pues habla del ansia de Dios, pero al que me atrevo a sacarle una lógica consecuencia: cuando hay sed y sequía, puedo también acordarme de Dios, que«socorre a hombres y animales» (Salmo 35), me hacen concordar con Santiago, quien recuerda que “la oración ferviente tiene mucho poder” (St 5, 16)
Nuestros campesinos, al ser entrevistados, dicen: «sólo que Dios se acuerde de nosotros y nos envíe la lluvia». Cuando era niño, ya no sé ni en qué año, hicimos con gran fe rogativas al Señor pidiendo lluvia, y la lluvia vino. Si tenemos fe, siquiera como un granito de mostaza, pidamos a Dios confiadamente nos de la bendición del agua. Los invito a hacerlo desde este mismo domingo, insistentemente. Pero no se haga nuestra voluntad, sino la suya.