Caminar
El abrazo del destino común
Jóse Nelsón Durón V.
Fue provocada por Josué, quien “convocó en Siquem a todas las tribus de Israel y reunió a los ancianos, a los jueces, a los jefes y a los escribas” con el objeto de celebrar una alianza con el pueblo, a cuyas tribus había repartido las tierrasque con tanto esfuerzo, dolor y sangre habían dominado después de cruzar el río Jordán. “Si no les agrada servir al Señor, digan aquí y ahora a quién quieren servir: ¿a los dioses a los que sirvieron sus antepasados al otro lado del río Éufrates, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país ustedes habitan? En cuanto a mí toca, mi familia y yo serviremos al Señor”. Y como prueba de la Alianza «Esta piedra quedará como testigo de todo lo que nos habló Yahvé, ya que oyó todas estas palabras. Ella será testigo contra nosotros, no sea que ustedes vayan a defraudar a Yahvé.»”
Este pasaje de la santa Biblia consignado en el libro de Josué y tantos otros del mismo tono, demuestran el sentido comunitario de las esperanzas, creencias, deseos de paz y de vivir en concordia que el ser humano necesita para desarrollarse y alcanzar sus potencialidades. Una humilde piedra queda como memoria de tan importante acuerdo; no es una piedra que haya sido lanzada, sino probablemente una roca que en su inmovilidad permanente ha compartido la historia del pueblo y es, a su vez, un signo de estabilidad, paz, durabilidad y serenidad.
Es atrevido, pero válido, recurrir a la lectura bíblica de este domingo para hacer un parangón con la situación y la oportunidad que se nos presenta a la sociedad hondureña para dilucidar importantes asuntos que pueden llegar a crear una nueva mentalidad, una nueva imagen del país que deseamos para el futuro de nuestros descendientes. Y aquí, en esta humilde columna, hemos recomendado algunas actitudes que deberían observar las personas escogidas para participar en el diálogo, en quienes ciframos nuestro futuro y tantas esperanzas: objetividad; desinterés particular; ausencia de consignas e inteligencia para crear condiciones de respeto a la ley; honestidad en el manejo de los intereses de todos; freno de la corrupción; justicia social, económica, legal, laboral, educacional, cultural, sanitaria y política.
La roca del respeto, gratitud y consideración del pueblo será testigo del acuerdo que se logre en pro del bien común, del desarrollo cultural, social y económico de todos, así como de los valores que podrán sembrarse nuevamente en la ciudadanía, que tanto merece y a quien tanto se le ha negado.
Nuevamente nos vemos en el histórico caso de desenterrar nuestras raíces para limpiarlas, lavarlas, y fortalecerlas, en la búsqueda, que no debe terminar ni menguar, de valores inamovibles que han sido parte nuestra y con nosotros han compartido la vida, evolución e historia.
Este domingo el Salmo 33 nos dice: “Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor” y el mismo santísimo Señor Jesús dice: “El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha”, como indicándonos que para tener vida, y de la buena, es necesario que nuestro interior sea prístino en la invocación de derechos, promulgación de normas y deberes, reglamentación de conductas y en el juicio de las acciones de otros. Por ello también nos recuerda del excelente y magnífico don de la santísima Eucaristía “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.
El Misterio de la santa Eucaristía solo puede comprenderse y amarse introduciéndose en él.No como reporteros o camarógrafos, sino con la presencia atenta y amorosa de quien escucha al Padre después de pedirle perdón; la de aquel que escucha Su Palabra con todos sus sentidos absortos; que capta la esencia dirigida a él (ella), embelesado, arrobado en el murmullo no escuchable sino por su alma; que en el momento de la comunión sólo sabe decir para sí, allá en lo más profundo, en el sagrario más íntimo donde Dios aguarda su respuesta: ¡Señor mío y Dios mío! Es un encuentro inefable de dos espíritus que se aman, evocan y abandonan uno en el otro, dejándose amar hasta las últimas consecuencias; entregándose ambos en una unión mística que transforma, restaura y perfecciona.
Es un abrazo inacabable que funde Padre y criatura como la madre tierra acoge, atenúa y hace parir la semilla al árbol de la Vida, en cuyas ramas cantarán alegres aves de maravillosos colores y estupendos trinos, alabando al Rey de Reyes por toda la eternidad. Guardando las enormes e infinitas distancias, así debemos reunirnos para abrazar el destino común que la patria nos está encargando, participemos o no personalmente en las reuniones del diálogo nacional. Que así sea.