Semanario FIDES

EL DECANO DE LA PRENSA NACIONAL

Espiritualidad ecológica

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Diálogo “Fe y Razón”
Espiritualidad ecológica
LAUDATO SI/7
Diác. Carlos Eduardo  
carloseduardiacono@gmail.com
Terminamos una serie de reflexiones sobre la encíclica ambiental del Papa Francisco sobre la Casa Común, salpicadas de ideas que la misma carta nos ha venido sugiriendo. Todo el documento es muy sólido, desde el punto de vista científico, antropológico y teológico. El final no podía desmerecer: postula un retorno a la espiritualidad en general y, de modo especial a una espiritualidad ecológica. Estoy seguro de que la casi totalidad de nosotros no ha oído, ni leído, sobre esta dimensión del espíritu.
La espiritualidad ha sido definida de múltiples modos y el lector puede escoger la que más le haga inteligible el concepto y más le anime a su práctica. Como quiera que sea, me parece claro que siempre tiene un denominador común, la vinculación del ser humano con todo lo que considera superior y digno y, de manera especial, con Dios y con sus obras.
Siempre me ha parecido adecuado de hablar de una espiritualidad inmanente, que se manifiesta en la esfera de lo humano, exclusivamente, y de una espiritualidad trascendente, que nos relaciona con Dios y con todo lo que, por haber salido de sus manos, nos mantiene vinculados a Él. Pero tampoco se trata de plantear algo así como un abismo infranqueable entre la una o la otra, pues lo que nos extasía y nos eleva en la primera, de algún modo ha tenido un origen, podría decirse que, divino. Entre lo que encuentro como ejemplo de la espiritualidad inmanente, está el vibrar con las mejores expresiones del arte, conmoverse por la generosidad, la entrega y el sacrificio de tantas personas, o extasiarse contemplando el esplendor de la naturaleza.
El Papa, afortunadamente para la mayoría, no se entretiene con todas estas sutilezas. En su lenguaje siempre directo, claro y, con alguna frecuencia, sencillo, invita a todos a serenarse, dejar el vértigo de una vida agitada, la compulsión de un consumismo exacerbado, el ruido de todo lo superficial, para penetrar en la rica serenidad de la vida espiritual, que nos catapulta hacia lo mejor de nosotros mismos. Entonces somos capaces de reconocer “los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres”(LS220).
Se trata de un enfoque nuevo; se nos reta a vivir la ecología desde una espiritualidad tal, que no podríamos contribuir a ningún deterioro ambiental. Ya que “la espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad  que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que ofrece la vida, sin apegarnos a lo que tenemos, ni entristecernos por lo que no poseemos” (LS 222).
Los culpables de deteriorar el ambiente cometen un pecado “contra naturam” y merecen ser castigados. Habría que hacer nuestra las palabras del Apocalipsis: “Ha llegado el momento de arruinar a los que arruinaron la tierra” (Ap 11, 18). Pero, en la espiritualidad cristiana, se debe orar también por el pecador. Es lo que hace el Papa Francisco, hacia el final de su encíclica: “Ilumina a los dueños del poder y del dinero para que se guarden del pecado de la indiferencia, amen el bien común, promuevan a los débiles, y cuiden este mundo que habitamos” (LS 246).

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Esta entrada fue publicada el 14 agosto 2015 por en Diálogos Fe y Razón, Punto de Vista.
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