Homilía del Señor Arzobispo para el XIX Domingo del Tiempo Ordinario
“Yo soy el pan bajado del cielo: el que come de este Pan vivirá para siempre” Jn.6, 41-51
Esta afirmación de Jesús provoca la protesta entre la muchedumbre, que empieza a murmurar. Es demasiado duro para ellos superar el obstáculo del origen humano de Jesús: se trata sólo del hijo de José que para ellos es incompatible con la afirmación: “Yo soy el Pan bajado del cielo”. Si es hijo de José y de María, no puede ser hijo de Dios. Es imposible para su mentalidad e incluso escandaloso. Y, sin embargo, es en ese Hombre Jesús en
Jesús les dice: “No critiquen”. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado”. Más que llenar nuestro corazón de críticas amargas, de quejas, de lamentos, estamos invitados a abrirnos a la acción del Padre. En cada uno de nosotros hay un gran deseo de vida, una llamada profunda a vivir en plenitud. Por este deseo de vida el Padre nos atrae. Nadie puede venir a Jesús si no es trabajado interiormente por esta pasión de vivir plenamente, en la comunión con
Pero hoy, en nuestra sociedad, es fácil vivir “pasando de Dios”. Sin embargo, sin Dios en el corazón estamos como perdidos. Si Dios desaparece de nuestro horizonte, la vida humana desaparece también como lugar desde donde podemos encontrarnos con la verdad más profunda de nosotros mismos. Sin Dios somos arrojados al mundo del vacío, de la necesidad compulsiva, del consumo desenfrenado para ahogar sin éxito la angustia y el sin sentido de nuestra vida. Ya no sabemos de dónde venimos y hacia dónde vamos.
“Les aseguro que el que cree tiene vida eterna”. La expresión “vida eterna” no significa simplemente una vida de duración ilimitada, incluso después de la muerte. Es la experiencia profunda de sentirse pleno, realizado como persona en el encuentro personal con Jesús y en el seguimiento de su estilo de vida. Una vida de profundidad y calidad nueva; una vida que no puede ser destruida por ningún virus ni quedar frustrada por un revés de la vida ni por algún acontecimiento inesperado; una vida plena, que nos trasciende, porque es ya una participación en la vida misma de Dios. Sólo quien entabla una relación vital
“El que come de este Pan vivirá para siempre” quiere decir: sólo el que vive en comunión con Jesús se realiza y se abre a una vida plena y feliz. Sólo “el que come” de Jesús-Pan no muere. Sólo el que “come” a Jesús, Pan de Vida, es decir, quien se alimenta de Él, quien interioriza su Palabra y asimila su vida, vive
Después Jesús añade: “el Pan que Yo daré es mi carne, para la vida del mundo”. En este discurso Jesús, hasta ahora, sólo hablaba del Pan del Cielo.. Pero la expresión “mi carne para la vida del mundo”, introduce una dimensión nueva que crea confusión en los que le escuchan… Jesús habla ahora de “mi carne”, quiere decir que el Espíritu no se da fuera de su realidad humana…. Por tanto, la carne de Jesús no es sólo el lugar donde Dios se hace presente, sino que se convierte en el don de Jesús al mundo, en la expresión
Jesús dará su “carne” “para la vida del mundo”, para que el mundo viva. Esta expresión supone que la humanidad carece de vida. El don de la vida se ofrece a todo ser humano y se comunica en la realidad humana de Jesús. Todos podemos comprender que la presencia de un amigo nos alimenta y nos da vida. Jesús es ese amigo que nos despierta a la vida. Jesús no es sólo el Pan de Vida a través de su Palabra, sino que nos da la vida a través de su persona y de su presencia encarnada y real en medio de nosotros. Eso es lo que quiere decir: “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
¿Cuál es, pues, esa vida que Jesús nos ofrece y que quiere comunicarnos? ¿Qué aporta a nuestra vida humana? Los cristianos creemos que la manera más auténtica de vivir como personas en plenitud es la que nace de una relación viva con Jesus. Es necesario que creamos que nuestra vida, vivida evangélicamente puede ser más plena y más libre y más gozosa. En Jesús podemos lograr esa plena, gozosa y llena de sentido.
Hoy podemos volvernos a Él, para decirle: “Señor Resucitado, con este pan que nos ofreces quieres recordarnos todo el amor que sientes por cada uno de nosotros. Abre nuestros ojos nublados al misterio de tu presencia en nuestra vida”.