Al encuentro de la palabra… según San Juan para la Lectio Divina
“Maná en el desierto…”
(Jn 6,24-35 – XVIII Domingo del Tiempo Ordinario)
P. Tony Salinas Avery
asalinasavery@gmail.com
Después de la narración de la multiplicación de los panes en el capítulo seis de san Juan, sigue un amplio discurso de Jesús, a veces interrumpido por intervenciones de los oyentes, guiado por un único hilo conductor, el del misterio del pan. En este mismo discurso, al estilo del evangelista, se dan algunos contrastes, veámoslos de cerca.
El primero es, entre aquel “alimento que perece” y el “alimento que dura para la vida eterna”, entre lo material y la totalidad del ser humano, entre saciedad física y plenitud interior. Acordémonos que este estilo del evangelio de Juan, ya se había visto con el diálogo con la Samaritana: “El que beba de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá nunca sed; más aún, el agua que le daré es convertirá en él en fuente de agua que brotará para la vida eterna” (Jn 4,13-14).
Naturalmente la antítesis tiene también otro significado que se podría ilustrar con el segundo contraste presente en nuestro pasaje y sucesivamente retomado por Jesús, el de los panes, elemento de mucha importancia que es la cumbre del discurso. Por un lado está el pan-maná del desierto (Ex 16,14), un alimento que Israel consideraba un signo de la paternidad premurosa de Dios que había impedido la muerte por hambre de sus hijos en el desierto. Pero aquí, Jesús introduce algo más trascendental, el “verdadero pan del cielo”, no fue aquel, sino el que Él mismo quiere dar: “Yo soy el pan de vida”. El pan verdadero es Cristo mismo, su vida, su palabra, su eucaristía.
Y como el alimento se transforma en la persona misma, convirtiéndose en su carne y en su sangre, así la comunión entre creyente y Cristo es plena, es participación en su “vida eterna” y divina.
Y hay un tercer contraste, más sutil pero igualmente significativo. Los interlocutores de Jesús le preguntan cuáles son “las obras de Dios”. Cristo responde: “Esta es la obra de Dios: creer”. Por una parte, tenemos la multiplicidad de los actos y de las observancias religiosas del cumplimiento de la Ley y por otra la única “obra” que da sentido a todas las otras está en el creer, es decir, la adhesión total del ser a Dios. La fe es la consagración a Dios y al amor no sólo de una pequeña parte del propio tiempo y del propio ser, sino de todo el ser a Dios.
Tan maravilloso discurso de Jesús, no remite necesariamente a esa necesidad fundamental que todos tenemos de comer, para vivir. Hoy se invita al hambre espiritual de comer al Jesús total, que quiere ser parte de todo nuestro ser. en la carta que san Ignacio, obispo de Antioquía, escribió a los cristianos de Roma, mientras navegaba hacía la capital para ser expuesto a las fieras, se lee esta confesión: “Yo no encuentro placer en un alimento corruptible. Deseo el pan de Dios que es la carne de Jesucristo y por bebida deseo su sangre que amor incorruptible”.