Reflexión
La familia, constructora de la paz
P. Juan Ángel López Padilla
He decidido, dejar de lado el hablar directamente de la situación inestable de nuestro país. No significa que dejo el tema, porque en el fondo es un asunto de amor sincero por la verdad y la justicia. Esos temas, no se pueden dejar nunca.
Comenzamos el mes de agosto que, en nuestras latitudes, es mes del Matrimonio y la Familia. Así que no nos salimos del tema. Hablar de la familia es hablar de la paz, del diálogo, de la fraternidad. Sobre esto he reflexionado antes y lo retomo porque me parece que sigue siendo actual.
De más está señalar que aunque por afinidad o cercanía, algunos nos sintamos “casi” hermanos de un compañero, de un amigo; la verdadera fraternidad sólo se aprende en casa.
Ser hermano o hermana no es una tarea fácil y todos tenemos la experiencia de los sinsabores que produce la fraternidad truncada por el egoísmo, por la envidia o por la simple distancia.
En la medida en la que todos nos entendemos como hermanos, iguales en dignidad, porque tenemos un mismo origen y un mismo destino, es posible, no sólo trabajar juntos por la paz, sino verla como un camino común. Más en una sociedad polarizada como la nuestra.
Aunque es muy cierto que se pueden compartir cosas o situaciones por un asunto circunstancial, tanto como se puede compartir un mismo apellido, debemos ser conscientes que no nacemos siendo hermanos por el sólo hecho de lo dicho anteriormente. La verdadera fraternidad no nace, se construye. Se aprende a ser hermano.
Por eso es necesario, como fundamental punto de partida, que si queremos ser hermanos, no nos coloquemos por encima de nadie. Ver a los otros sin menosprecio, sin sobrevaloración; no sólo es producto de un equilibrio mental y una buena autoestima, sino que contribuye a relaciones maduras.
La madurez en nuestras relaciones humanas es clave para alcanzar la paz. Dicha madurez no es un asunto de edad, sino de actitud. Una persona madura lo es porque conoce muy bien su lugar, dónde se encuentra.
El ser hermano me sitúa, me ubica. En cada familia todos tenemos un lugar, una responsabilidad. Es un gran error pensar que una familia educa cuando genera personas acomodadas y sin compromisos. Los hijos deben siempre, según su edad y sus habilidades particulares, ser sujetos activos de su destino y del bien común de los miembros de la familia. La madurez igualmente se alcanza entonces con la corresponsabilidad, con la distribución de las tareas, con la valoración y correcto estímulo de lo operado por todos.
En nuestras familias, en toda familia, en nuestra familia hondureña, existen competencias que ayudan a crecer y otras que frustran y destruyen. Por eso es necesario que comprendamos la fraternidad siempre como una respetuosa manera de que los hermanos se estimulen a ser mejores, no a destruir las intenciones sino a potenciarlas.
Debe ser la familia el lugar dónde se reconocen las cualidades de los demás y dónde se promueve a la persona en todas sus posibilidades. Ser hermano es saber apoyar al otro, saber tener la palabra adecuada para estimular, para consolar cuando es necesario. Cuanto de esto nos hace falta en esta familia que formamos en Honduras.
«… para consolar cuando es necesario.»
Karina muy buen comentario del Padre Juan Angel. Gracias