Diálogo “Fe y Razón”
Custodios de la creación
Carlos Eduardo, Diácono
carloseduardiacono@gmail.com
Continuando con nuestras nuestra reflexiones sobre la ecología, guiados por la encíclica del Papa Francisco (Laudato Si), nos encontramos que, después de haber expuesto en la introducción su idea global acerca de lo que persigue y justificar el por qué la Iglesia alza su voz sobre el tema, y luego del apretado diagnóstico de la situación a que dedica el primer capítulo, dirige su mirada a la escrituras, en el siguiente capítulo, para hacer ver cómo la Revelación describe al ser humano como ser creado, beneficiario del conjunto de la creación, pero con responsabilidades de administrador y custodio.
Lo primero que debe quedar establecido en una ecoteología es que el universo conocido, con su maravillosa organización, indetenible desarrollo evolutivo y la intrincada interdependencia de sus elementos, no puede ser obra de la pura casualidad. Tampoco parece razonable hablar de una materia condensada pre-existente, inmóvil, inmutable y eterna, característica del todo impropias de la materia y que más parecen convenir a un espíritu creador, omnisciente y todopoderoso. La rica tradición judeo-cristiana defiende la idea de un Dios creador como el único origen posible de todo lo existente.
La antropología teológica se ha preguntado acerca de los motivos de Dios para hacer el acto creador. Ciertamente al Altísimo no le faltaba nada, ni ansiaba algo más, ni tenía las apetencias antropomorfas de esas deidades de relatos míticos, que buscaban desesperadamente quien pudiera rendirles culto. La perfección absoluta de un Dios verdadero, ha llevado a los teólogos, con el apoyo de la propia revelación, a concluir que Dios por puro amor quiso compartir la existencia, quiso compartir la vida, y quiso compartir la condición de persona.
Como dice el Santo Padre, la Iglesia está atenta a los avances de la ciencia y la escucha con respeto. La ciencia, al ser un producto de la reflexión humana, que trata de entender las realidades existentes, debe acercarse a la verdad, que es tanto como acercarse a Dios. Por eso no debería haber discrepancia entre las verdades de fe y las verdades de razón, sino tan solo una saludable complementariedad.
Un Dios inteligente trazó un plan inteligente para su universo. Nos dice el Papa Francisco: “El Espíritu de Dios llenó el universo con virtualidades que permiten que del seno mismo de las cosas pueda brotar siempre algo nuevo” (LS 80). En el lenguaje filosófico“virtualidades”son capacidades internas de alguien o de algo, para hacer o producir lo nuevo, para transformarse. O sea que, contrariamente a las interpretaciones fundamentalistas, la Iglesia Católica acepta perfectamente teorías como la del Big Bang,como modelo cosmológico, pero sin descartar la acción inicial creadora de Dios, o la teoría de la evolución, donde la propia creación se va como desdoblando, porque contiene en sí la potencialidad, la energía, la simiente para poder hacerlo. De esta suerte, toda novedad en el universo lo es por ese impulso inicial del Creador.
La encíclica abunda en citas bíblicas que se refieren al Creador y a la bondad de lo creado, e ilustran cómo el hombre puede disfrutar de las cosas que, como sistema abierto que es, necesita para su propia subsistencia. También se destaca el destino universal de los recursos de la madre tierra, que deben beneficiar a todos los seres humano, de todos los pueblo y de todos los tiempos.
Finalmente hay subrayar que la naturaleza se sacraliza aún más, con la Encarnación del Verbo. Dios decide compartir la condición de creatura humana, con lo que toda la historia podrá verse ahora desde una nueva perspectiva y obliga a tratar lo material con insospechado respeto.