Reflexión
Saber dialogar
P. Juan Ángel López Padilla
Admitámoslo, no es fácil dialogar. Pareciera la cosa más natural sobre la tierra, la base fundamental de cualquier relación y el objetivo de cualquier encuentro.
Lo que pasa es que, hay muchos obstáculos al diálogo y muchas veces no nos damos cuenta que, somos nosotros mismos, nuestra personalidad, nuestras preconcepciones y prejuicios; los que, hacen que los procesos de diálogo no avancen, como se debería.
Partamos de un par de presupuestos para el diálogo y atrevámonos a hacer examen de conciencia, todos.
Cuando nos disponemos a dialogar debemos suponer que existe un respeto igual para todos, para sus ideas y propuestas. Si no hay un respeto mínimo a la dignidad de los otros, caemos en una espiral de descrédito o peor aún, en una actitud de soberbia que, es la peor de las consejeras a la hora de dialogar. Sobre todo, si mi posición es de dirección, del grupo al que represento. El soberbio cree que tiene siempre la razón y es más ofensivo aún, cuando aparece de manera condescendiente, queriendo manipular cualquier espacio y oportunidad. Pero es más peligroso cuando se siente acorralado y evidenciado en sus triquiñuelas.
Cuando voy a sentarme a dialogar, tengo que hacerlo consciente que las ideas ajenas, no su persona, es lo que debo discutir. Además, si me siento a dialogar con alguien debo tener claro que sus posturas deben enriquecer mi manera de pensar, no sentirme amenazado nunca, si estoy actuando en buena consciencia y no con agendas ocultas o sirviendo de peón a otros intereses.
Dialogar exige también pensar en lo mejor para todos, no sólo para mí o para mí grupo. Claro que es ingenuo pensar que mis intenciones son siempre inmaculadas, pero debo admitirlo. El que sabe dialogar es un valiente que, con el ímpetu de la juventud pero con la madurez de los años, propicia consensos. Cegarnos por posiciones alcanzadas, o triunfos aún no coronados, es un camino que conduce a la Estigia de nuestras ideas. Dialogar no significa hacer componendas o hacer cualquier cosa “para taparle el ojo al macho”.
Dialogar también exige de nosotros, y sobre todas las cosas, saber escuchar. Si yo pretendo llegar a un supuesto diálogo a imponer una ruta preconcebida, aunque está en sustancia pueda parecer buena, es un error de cálculo que no sirve a los intereses de nadie, al contrario.
Necesitamos personas atrevidas, que se dejen de rodeos, y que no le den tantas largas al asunto. Es urgente sentarse a dialogar, pero sin imponer nada. Claro que un diálogo tiene exigencias, pero nunca son aquellas que le tuercen el brazo a nadie, porque ya mucho se les ha torcido el cuello a muchos enfermos, a muchas personas que buscaban empleo, que ansiaban sencillamente vivir. Se le ha torcido la dignidad a este pueblo con tanta impunidad; y cada día que pasa la brecha se abre más y poner las bases del puente que nos debería llevar a la unidad, vuelven la obra de dimensiones colosales. En el nombre de Dios, porque Dios no es indiferente frente a tanto sufrimiento, ya es tiempo de buscar los consensos que saquen a flote esta barca, que hace agua, por todos lados.