Diálogo “Fe y Razón”
Diálogo necesaario
Carlos Eduardo, Diácono
carloseduardiacono@gmail.com
El diálogo es la herramienta del entendimiento por excelencia. Recurrimos a él cada vez que queremos intercambiar ideas y contrastar diversos puntos de vista. Su propósito, en el plano nacional, debe ser también bajar la crispación, detener ofensas, lograr consensos y viabilizar la restauración de las heridas. El diálogo es definitivamente sanador.
Todos pueden participar en un diálogo, pues está hecho de ideas y de palabras capaces de expresarlas. Pero que conste: hay que usar las palabras adecuadas, y una estrategia sencilla y clara capaz de animar a todos a decir lo suyo con respeto. En efecto, el diálogo nace de nobles propósitos, que en el caso que nos ocupa, deben ser al menos tres: seguir construyendo la patria común; definir vías apropiadas para la madurez política, el desarrollo económico y el bienestar ciudadano; así como cimentar cada vez más el respeto indefectible a la dignidad de la persona humana.
Es interesante, y paradójico a la vez, el uso que le damos a las palabras, fuera del hecho harto común de las palabras vacías y las frases sin sentido, pues los hay que hablan mucho para no decir nada. Las palabras las usamos para destruir o para construir.
Las palabras destructoras se articulan como mentiras, ofensas, calumnias, insultos y desprecios. Las usamos para desautorizar gratuitamente, o –como decimos coloquialmente –para ningunear. Hay maestros entre nosotros que saben muy bien cómo zaherir, cómo desacreditar, o cómo insinuar falsedades o medias verdades. Las palabras que salen de su boca se convierten en dolor para unos y duda para muchos. A estos tales hay que recordarles el antiguo proverbio –me dicen que es árabe- que sentencia: “Si tu palabra no es mejor que tu silencio, calla”.
Hay quienes, quizá sin una clara intención destructora, no contribuyen en nada a la salud de la nación, cuando adulan a quienes gobiernan, les ocultan hechos que suponen podrían molestarles y les pintan paisajes de ensueño que no corresponden en nada a la cruda realidad. Deforman la realidad por intereses personales y por su ideología. Hay que agregarlos al número de los mentirosos.
Las palabras constructoras, por el contrario, se articulan como verdades dichas con precisión, con un vocabulario que denota respeto a las personas e instituciones. Hay que colocar aquí las voces de ánimo y motivación, ésas que convencen que, por ardua que sea la tarea, sí se puede. Aquí reconocemos la voz de los diligentes, los emprendedores, los positivos, los probos y los bien intencionados. Desde la madre que enseña a rezar, el padre que aconseja, el maestro que de verdad enseña, hasta el estadista que le dice a su pueblo la verdad y nada más que la verdad.
La verdad es con frecuencia cruda, dura, dolorosa. Pero esto tampoco me autoriza a hablar a lo salvaje. No se trata de tergiversar, se trata de actuar con delicadeza y de hablar con tacto. Más que de una habilidad de unos pocos, creo que esto debería ser un hábito de muchos, que se construye con la práctica y el cariño que se tiene por quien nos escucha o por las personas, instituciones o cosas de las que hablamos.
En estos momentos de reclamos y protestas -dolores de un pueblo que quiere dar a luz la decencia- bueno y necesario es que se convoque a un diálogo sin trampas y sin excluidos., por amor a Honduras y a sus ciudadanos. Cristo el Señor, Palabra hecha carne, acompañará siempre a cada uno de los que con sincero corazón quieran dejarse acompañar por Él.