Homilía del Señor Arzobispo para el XII Domingo del Tiempo Ordinario
“Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla (Marcos 4, 35-40)
La tempestad del mar de Galilea que describe es la tempestad de nuestra propia vida. Es cierto que en el lago de Genesaret son frecuentes estas tempestades, corresponde a las condiciones climáticas del ambiente.
Sin embargo, la tempestad en el Evangelio encierra también un significado más profundo: la pequeña comunidad de los discípulos está expuesta a las fuerzas oscuras que amenazan la vida. La tempestad, el despertar de las fuerzas de la naturaleza se interpretaba en aquella cultura como símbolo de todo aquello que parece amenazar la vida. ¿Quién no ha conocido alguna de estas tempestades, cuando todo se oscurece y la barca de nuestra vida comienza a hacer aguas por todas partes, mientras Dios parece ausente o duerme ¿A qué podemos agarrarnos y dónde podremos anclarnos en estas situaciones?
Ciertamente, contrasta con esta situación de peligro con que Él estuviera dormido sobre un almohadón. ¿Quién puede dormir en la tormenta? El Evangelio hace suponer que el cansancio de Jesús era tan grande que se duerme profundamente, sin que el vaivén de la barca le despierte. Es la única vez que el evangelio presenta a Jesús durmiendo. Y esto en una circunstancia dramática, cuando uno no debería dormir. Es verdad que el sueño puede ser la consecuencia de una jornada fatigosa… pero el “sueño” de Jesús expresa, además, su gran confianza en Dios, su Padre.
“Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”. Los discípulos reprochan a Jesús el estar ajenos al drama que viven diciéndole: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” Este es un grito nace de una situación límite. Es innegable que los discípulos vivieron a lo largo de sus días situaciones que se pueden parecer a esta tempestad. Es también innegable que nosotros atravesamos, a veces, momentos difíciles en que parece que todo está perdido…Nosotros también podemos decirle: Señor ¿No te importa que perezcamos? Sí que le importa, Él está aquí y ha venido a nosotros como testigo de un amor infinito que sólo Él conoce. Jesús es la ternura de Dios vuelta hacia nosotros.
Los discípulos, hasta entonces, habían confiado en sí mismos, ahora no ven más que la ruina inminente y recurren a Jesús llenos de miedo. Creen en el poder de Jesús, pero dudan de su amor. Ellos aún no están con Él, pero Él sigue estando con ellos y su fidelidad permanece para siempre. Sí, su amor y su fidelidad permanecen con nosotros en medio de la tempestad. Jesús reacciona inmediatamente:
“Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: Silencio, cállate”. Jesús, despertado por los discípulos, se levanta. Los dos verbos que constituyen la orden de Jesús están en singular: Silencio, cállate. La palabra de Jesús es eficaz al instante: produce la bonanza, es decir, Jesús tiene el poder de acallar las fuerzas caóticas que amenazan la vida de los discípulos, es decir, Jesús tiene la fuerza de vencer los poderes que nos amenazan hoy también a nosotros.
Jesús reprende a sus discípulos por su cobardía y su falta de fe: “¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?”. Necesitaríamos escuchar con sinceridad las palabras de Jesús: “¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?”. El miedo es el mayor enemigo de nuestra vida. Él también nos reprocha hoy, dulcemente, nuestra falta de fe y de confianza en Él: “¿Aún no tienen fe?”.
Nosotros nos encontramos, a veces, como los discípulos, ante las dificultades con la impresión de estar abandonados. “Nos duele su sufrimiento, y especialmente en este tiempo de crisis, de gente sin trabajo, de relaciones que se rompen, de pérdida de valores” (Omella). Experimentamos con frecuencia el desánimo y la duda que nos impide ver el futuro con esperanza. Nos sentimos como ahogados en el mar de nuestros problemas, incapaces de darnos cuenta de la Presencia del Señor entre nosotros.
Vivimos en un mundo atormentado, en una sociedad en que cada uno va buscando el “tranquilizante” que más le conviene, aunque dentro de nosotros se vaya abriendo un vacío de sentido y una falta de hondura para vivir nuestra existencia. Necesitamos escuchar hoy las palabras de Jesús que nos invitan a la confianza: ¿Aún no tienen fe?”.
Los discípulos al contemplar la tempestad calmada, exclaman: “¿Quien es éste que hasta el viento y el agua le obedecen?” ¿Quién es éste que así domina las amenazas mortales que nos rodean? ¿Quién es éste que es capaz de hacernos superar nuestras dificultades que parecen hundirnos? ¿Quién es éste que nos libera del miedo y de la angustia? Es Jesús, el Resucitado, que permanece con nosotros todos los días de nuestra vida. Sólo Él aporta una estabilidad a la barca de nuestra vida. Sólo Él tiene palabras que nos hacen vivir. Que podamos sentir la alegría de haber sido alcanzados por el Evangelio de Jesús. Nada hay más bello y más gozoso que la experiencia de encontrarnos con Él y recuperar la “calma” de nuestro corazón ansioso.
Que hoy podamos tomar conciencia de que Él, Cristo Resucitado, va con nosotros en nuestra barca a pesar de que esté zarandeada por las olas y el viento, Él está presente, no hay que temer.