Semanario FIDES

EL DECANO DE LA PRENSA NACIONAL

Ladrón

p5Dialogos

Diálogo “Fe y Razón”
Carlos E. Echeverría Coto
carlosecheverriac@gmail.com
Ladrón
¿Qué quiere decir “corrupto”? me preguntó una niña de unos siete años de edad. Tratando de utilizar palabras sencillas y precisas le dije que era una persona que toma como suyos dineros o bienes ajenos, y sobre todo los que pertenecen a los ciudadanos de un país. Entonces –me dijo- ¿es un ladrón? Sí hijita, es un ladrón.
Me quedé reflexionando acerca de las palabras que utilizamos, y cómo a veces las cambiamos, como queriendo suavizar crudas realidades. Se me vino entonces a la mente el comentario del Evangelista Juan sobre su compañero Judas Iscariote “…era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella” (Jn 12, 6). Y como una cosa lleva a otra, me imaginé nada menos que al Señor Jesús indignado, expulsando a los mercaderes del templo, por haber convertido la Casa de Oración “…en cueva de ladrones” (Lc 21, 13).
Los mandamientos de la Ley de Dios utilizan palabras claras, que todos entienden “No matarás, no robarás, no codiciarás…nada que sea de tu prójimo” (Ex 20 13-16).Y como sabemos que el Decálogo pasó al cristianismo, e impregnó de valores a la Europa del Medievo, para cimentar, junto con la herencia filosófica griega y el legado jurídico romano, eso que ahora llamamos civilización occidental, hay que concluir que no es posible que no sepan, no es posible que no entiendan. La mayoría de quienes matan, roban, mienten y engañan lo hacen con conocimiento de causa. A veces se alega demencia, otras veces ignorancia, o se les hace aparecer como víctimas de la sociedad (algunos, en efecto, lo son). La mayoría delinquen porque, en pleno uso de sus facultades y a pesar de lo que les dicta la conciencia, han escogido hacer el mal, a cambio de dividendos personales.
La tentación del eufemismo nos hace excesivamente permisivos, al punto que a veces y miramos para otro lado o caemos en la indiferencia para no complicarnos la existencia. Creo que hay que llamar al mal, mal; y al bien, bien. Como Iglesia tenemos que proponer, eso sí, un camino de conversión, de rectificación, de reparación y de rehabilitación.
y apoyar a sus víctimas. Pero también debemos acompañar al pecador, al delincuente, para que, descubriendo la dimensión de sus faltas, puedan reencontrarse con Dios, con su familia, con su patria y consigo mismo. Deberá, eso sí, confesar sus culpas y pedir perdón.¿Debemos de condenar al corrupto, sobre todo si por su causa es posible que algunos compatriotas hayan perdido la vida?  Por supuesto que sí. Y a la vez acompañar.
Los hombres podemos llegar a confundir justicia con venganza. Pero la santidad de Dios nos lleva a considerar la paradoja de tener que preocuparnos y ocuparnos de los victimarios de esta maltrecha sociedad. Claramente las Escrituras nos hacen desear y luchar por la justicia. Pero, casi a renglón seguido, nos introduce en el tema de la misericordia. Pero misericordia no es disimulo, no es ocultamiento, ni eufemismo, mucho menos no-me-importismo.
Ellos y nosotros debemos rogar a Dios que vengan tiempos mejores, en los que se respete la Ley y a los ciudadanos. Y hablar claro a los niños, apoyar la rectitud de valerosos jóvenes y recordar a los mayores que el Señor perdona y es clemente.
Muéstranos Señor tu misericordia, y danos tu salvación”.

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Esta entrada fue publicada el 15 junio 2015 por en Diálogos Fe y Razón, Punto de Vista.
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