Homilía del Señor Arzobispo para la Fiesta de Corpus Christi
“Tomen, esto es mi Cuerpo… Esta es mi Sangre” (Mc. 14,12-16.22-26)
El Evangelio de hoy está marcado por el gesto de Jesús. Volvamos ahora al gesto de Jesús en la Última Cena. ¿Qué sucedió en ese momento? Cuando él dijo: “Tomen, esto es mi Cuerpo”. Esta sencilla expresión tiene un significado claro: en la mentalidad hebrea, el cuerpo indica toda la persona. Jesús quiere decir, esto soy Yo mismo, como si para aclarar el sentido de su vida, les dijera: Como este pan, jamás he buscado nada para mí solo; sólo he buscado dar vida, alimentar la vida. Este pan soy yo mismo, es mi propia persona. Este pan que se parte y se reparte soy yo. No hay nada de mágico en el cristianismo.
Inmediatamente después, Jesús tomó el cáliz y les dijo: “esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”… La “sangre”, en la mentalidad semita, es portadora de la vida, es expresión de la vida y se va a derramar en su muerte, por todos, por toda la humanidad. Esta es la nueva alianza. El pacto definitivo del Amor de Dios con la humanidad que no puede fallar, su amor es para siempre.
En el pan y en el vino, entregados está la presencia de una vida vivida como don, dada y entregada por todos… El gesto de Jesús recoge todo lo que Él ha hecho: Jesús ha ido rompiendo el pan de su vida hasta su muerte. Jesús ha compartido con la gente su pan, su tiempo, su amistad, su vida, su fe en el reinado del Padre. Ahora comparte su Cuerpo-pan entregado y su sangre-Vida derramada por todos, es decir, su amor hasta el final.
En esta cena de despedida, toma un relieve particular sus palabras: “ya no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que lo beba de nuevo en el Reino de Dios”. Estas palabras, sin duda, tienen un valor histórico. Jesús es consciente de que está en el final de su vida. La despedida, aún siendo triste y dolorosa, está llena de esperanza; para Jesús hay un más allá donde se consuma el Reino, donde está el vino que alegra el corazón humano. Jesús hace como un “juramento” lleno de una gran esperanza. Jesús se compromete a no tomar más vino mientras siga existiendo el mundo actual.
Sí, Jesús viene a decir una palabra de esperanza: Esta muerte no es el final de todo. Jesús tiene la firme esperanza de que Dios realizará aquel Reino que El había venido a inaugurar en la tierra. El mundo nuevo vendrá a pesar de la aparente derrota de su muerte; más aún vendrá precisamente en el don de sí que él va a hacer a través de su muerte. Por eso dice: “Hasta que lo beba nuevo en el reino de Dios.”
“Hagan esto en memoria mía”. Memoria no es un simple recuerdo conmemorativo. Es una memoria presencializadora. “Hagan esto”, es decir, partir el pan y beber el vino no es solamente un acto ritual. Es hacer lo que él hizo, es decir, dar, entregar la vida por la salvación de todos. Hacer esto en memoria suya es vivir como Él vivió. La Eucaristía es memoria viva no sólo porque actualiza su presencia entre nosotros, sino porque nos hace vivir como Él vivió: comer su Cuerpo y beber su Sangre es asimilarnos a Él, configurarnos con aquel que es amor.
Ante esta Fiesta del Cuerpo de Cristo que hoy celebramos tenemos que preguntarnos: ¿Qué lugar ocupa la Eucaristía en nuestra vida? Hay gente en nuestro entorno que no tiene para comer, para vestir, para pagar la casa. Está también el dramático índice de desempleo y las enormes dificultades de muchos jóvenes ante el futuro, con todos los problemas que esto lleva consigo y con la angustia que genera.¿Cómo podemos celebrar la Eucaristía y no seguir compartiendo nuestra vida, nuestro amor y nuestra entrega?
Actualmente son muchos los que a nuestro alrededor tienen necesidades básicas no cubiertas. Hay gente en nuestro entorno que no tiene para comer, para vestir, para pagar la casa. Está también el dramático índice de desempleo y las enormes dificultades de muchos jóvenes ante el futuro, con todos los problemas que esto lleva consigo y con la angustia que genera.
La Eucaristía es el memorial del amor sin límites de Dios al ser humano, que nos libera para vivir en la comunión con los otros. La Eucaristía nos desafía a buscar un lugar en la mesa para todos, especialmente para los excluidos de esta mesa a causa del drama del hambre que atormenta a millones de seres humanos, de la pobreza, de la soledad, el paro, la emigración y todo tipo de exclusión social. En este momento histórico que vivimos hemos llegado a una encrucijada en la que necesitamos elegir qué futuro queremos para nuestra sociedad. Sí, tenemos que preguntarnos qué futuro queremos para nuestra sociedad.
Que en este día en que Jesús entregó su Cuerpo y su Sangre por nosotros, abramos nuestro corazón a las necesidades de todos los hombres y mujeres del mundo, comenzando por los que están más cerca y aquellos que más lo necesiten.
Podemos repetir hoy a Cristo: “Señor, quisiera acoger hoy tu gesto de amor y dejarme asimilar por Ti, Tú que has venido para que el mundo viva y para que todo ser humano tenga vida”.