Diálogo “Fe y Razón”
La alegría del evangelio
Carlos E. Echeverría Coto
carlosecheverriac@gmail.com
Aunque se aleja completamente de mi manera de estructurar mis artículos y columnas, esta vez debo iniciar disculpándome. En primer lugar, nada menos que con Su Santidad, el Papa Francisco, por tomar prestado el título traducido de su extraordinaria Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, del 24 de noviembre de 2013. En segundo lugar, con aquellos lectores que, inducidos por el título, esperaban reflexiones y hasta eventuales lecciones inspiradas en el documento pontificio.Al recibir la noticia de la muerte (tránsito, pascua) de Danilo Aceituno, el apóstol incansable de la Voz de Suyapa, superé rápidamente la tristeza que luchaba por invadirme, y creo que sonreí. Sí, porque es lo que dicta la mínima decencia cuando alguien te sonríe. Porque al representar en mi mente el rostro de Danilo vi que tenía una enorme sonrisa. ¿Podrá alguien recordar su rostro de otra forma? Aunque, al menos para mí –y para tantos muchos- el amigo tenía dos caras: una sonriendo, la otra abierta en franca y sonora carcajada. Sonrisas, risas, carcajadas: ¿qué le pasa a un hombre que, está claro, no es víctima de ningún desequilibrio mental? Sólo se me ocurre una respuesta: la alegría del Evangelio.
A este propósito nos dice precisamente el Papa Francisco: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento».Y es este el caso de Danilo. Aunque ya se me había ocurrido, he escuchado opiniones de sus colegas periodistas de los más diversos medios y de algunos de sus habituales radioescuchas que así lo han reconocido: la inveterada alegría de Danilo es por saberse hijo de Dios, redimido por Dios, llamado por Dios. Hizo de su vida un testimonio y un apostolado, fue un verdadero discípulo-misionero, tal y como nos han pedido a los católicos que seamos, los señores obispos de América Latina y el Caribe, reunidos en Aparecida Brasil, hace exactamente ocho años, en mayo de 2007.
Y el Papa reconoció y agradeció anticipadamente la entrega de Danilo cuando, en la citada exhortación apostólica, escribió: «Agradezco el hermoso ejemplo que me dan tantos cristianos que ofrecen su vida y su tiempo con alegría. Ese testimonio me hace mucho bien y me sostiene en mi propio deseo de superar el egoísmo para entregarme más».
Danilo se supo y se llamaba peregrino, creía en serio que aquí sólo estamos de paso. Pero creo que al rezar la Salve y contarse entre “…los desterrados hijos de Eva, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”, no se lo acababa de creer, pues no parece haber aceptado que su puesto estuviera entre los quejosos y lacrimógenos hijos de Eva. No; él asumió para sí el papel de ángel consolador, dispuesto siempre a dar ánimo al prójimo. Y todos éramos sus próximos, pues él trataba a todos, independientemente de su rango, investidura o condición social, como a sus queridos amigos.
No he podido definir cómo debo finalizar estas líneas. Por eso no tengo más remedio que compartir la duda que me asalta. ¿Deberé acabar diciendo “Descansa en paz, amigo”, o bien pedir humildemente: “Hermano: ruega al Señor por nosotros”?