Reflexión
El papel de los catequistas
P. Juan Ángel López Padilla
Una de las tareas más importantes, dentro de la vida de la Iglesia, y que lamentablemente no siempre es apreciada, es la misión de los catequistas.
Cuando hacemos el balance de las necesidades de nuestra Iglesia, actualmente históricamente, la calidad y la formación de los catequistas viene en primer línea.
En una Iglesia que busca renovarse, que busca convertirse pastoralmente, la misión de los catequistas debe ser casi la punta de lanza de la renovación.
Claro que debemos ser una Iglesia misionera, de “puertas abiertas” o una “Iglesia en salida” como le gusta llamarlo al Papa Francisco; pero, no habrá nada de misioneros cualificados si no tenemos cristianos bien formados. Esa es tarea de los primeros catequistas, la familia y de los segundos catequistas, que son los sacerdotes y las personas formadoras en la fe, a nivel de la Iglesia, como estructura educativa y formadora de los discípulos misioneros. Claro que se ha hecho mucho en este campo, pero necesitamos hacer muchísimo más. En primer lugar, debe aumentar el número de los catequistas. Gracias a Dios su número es bueno pero debería ser mucho mayor. Algunos hermanos tienen miedo de embarcarse en esta tarea porque piensan que es una tarea poco gratificante o peor aún porque no quieren comprometerse en procesos de “larga duración”.
En segundo lugar, debemos atrevernos a unificar los criterios de la catequesis. Si algo le hace daño a nuestra gente, es eso. La falta de claridad en los requisitos y los períodos formativos, es un fenómeno que debe de cesar, y pronto.
Cansa tanto escuchar aquello de que en “esta parroquia le piden mucho” y “en aquella casi nada”. Los primeros convertidos a ese nivel debemos ser los sacerdotes.
Una cosa es tener corazón de pastor y estar siempre dispuestos a ayudar a la gente, buscarles soluciones a sus interrogantes y acompañarles en sus procesos; pero, otra cosa muy distinta, es convertirnos en unos “alcahuetes” que todo lo acomodamos a nuestro gusto o a nuestras necesidades pecuniarias.
En tercer lugar, debemos también atrevernos a superar esa visión reduccionista de la catequesis a una serie de “charlas” o, peor aún, creer que la única catequesis válida es la catequesis sacramental, de momentos.
La catequesis debe ser un proceso que lleve al discípulo misionero a la madurez de la fe y no a la simple recepción de un sacramento. El éxito de una catequesis estribaría en que lográsemos que los catequizandos se volvieran ellos mismos, sacramentos, signos eficaces de la Gracia de Dios.
En cuarto lugar, me parece que debemos apoyar muchísimo más a los que coordinan el trabajo de la catequesis a nivel nacional y diocesano. Casi es una idea manifiesta que les dejamos solos en todo.
Es un hecho generalizado que los conciliarios de los movimientos, los animadores de pastorales; terminan siendo unos “quijotes” modernos, luchando contra “molinos de viento” y arreando no un Sancho Panza, sino varios que van de panza, en su vida de fe.
Así que, resumiendo todo mi comentario, quiero agradecerle a los catequistas su misión y su disposición. Ojalá que “asciendan” alto y que dejen de mirar al cielo, porque aquí en la tierra, todavía hay mucho que hacer.