Diálogo “Fe y Razón”
Beato
Carlos E. Echeverría Coto
carlosecheverriac@gmail.com
Ni la beatificación ni la canonización hacen a nadie santo. La santidad, don de Dios, pedida con humildad, practicada con perseverancia y corazón agradecido, es previa.
La beatificación es la proclamación oficial de la Iglesia por la que uno de los bautizados, que goza ahora de la gloria de Dios, es puesto de ejemplo para todos y puede ser tomado como intercesor ante el Señor Jesús, sobre todo en una Iglesia local –la suya-. La canonización, por su parte, persigue que un santo sea modelo e intercesor en la Iglesia universal.En el caso de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, la Iglesia local es obviamente la salvadoreña, pero decididamente su influjo, antes y ahora, tiene alcance centroamericano y puede asegurarse que latinoamericano. El fue siervo bueno y prudente, fiel a su sacerdocio y fiel a su misión de pastor-obispo.
La santidad es el camino de perfección del cristiano: “sed perfectos, como mi Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). ¡Casi nada nos está pidiendo el Señor! podría comentarse y, a primera vista, el asunto parece misión imposible. Pero no se trata de igualar o parecerse en algo al Padre. Se trata de alcanzar la perfección de que es capaz un ser humano. Así las cosas, la santidad no sólo es posible, sino también obligatoria. San José María Escrivá de Balaguer insistió machaconamente en esta idea: la santidad es para todos, poderosos y desposeídos, inteligentes y simples, profesionales y obreros, hombres y mujeres, ricos y pobres, niños y ancianos.
Y hay que gritarlo fuerte: la santidad no ha pasado de moda; muy por el contrario. Por primera vez en la historia, y gracias al desarrollo de la tecnología de las comunicaciones, el anuncio evangélico puede llegar a todas las gentes de todas las naciones. Los valores delEvangelio se proponen a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Y todos están siendo llamados a configurarse con Cristo.
Me parece que a medida que los viajeros o las cámaras llegan a otras latitudes, vamos descubriendo un común denominador, en tanto que las grandes mayorías tienen deseo de paz, buscan bienestar y oportunidades para sus hijos y se comportan básicamente como gentes de bien. Este convencimiento no me hace olvidar a los otros, los menos proporcionalmente hablando, pero que en cifras absolutas se nos presentan como demasiados. Son los poderosos y prepotentes, que dominan el mundo mediante el dinero, el poder, el terrorismo, la guerra o la muerte.
Parece difícil que estos tales puedan convertirse e iniciar, ellos también, un camino de perfeccionamiento humano y acercamiento a Dios. Es nuestro deber pedir por las víctimas, pero también por los victimarios, para que –como obreros de la última hora- puedan alcanzar la salvación.
En esto veo también un legado del beato arzobispo salvadoreño: no sólo habló y clamó al cielo por los que no tenían voz, sino que también predicó la salvación a los verdugos, los asesinos, los prepotentes. Censuró sin odiar a nadie, buscó la paz y la reconciliación. Su presencia en los altares pueda contribuir a apaciguar los ánimos en esta convulsionada Patria Grande. Beato Oscar Arnulfo, ruega al Señor por todos nosotros, los centroamericanos, para que sepamos vivir en el amor de Dios.