Reflexión
P. Juan Ángel López Padilla
No cabe duda que, después de estas semanas pasadas cargadas de tanto calor y tanto humo, la espera de una lluvia, era clamor popular y voz elevada al Cielo.
Lo contradictorio de todo esto es que, al caernos el primer aguacero, que de hecho fue granizada con tormenta eléctrica incluida; lo que escuchaba era quejas por la vulnerabilidad de la ciudad, de la cantidad de daños, etc.
El detalle es que somos vulnerables en miles de aspectos, como sociedad, como nación. El equilibrio, en general, de las instituciones del Estado, y las instituciones fundamentales, como la familia y la escuela, están en una constante tentación de caer en una situación tal que, el granizo caído el otro día, es nada en comparación con lo que se fragua en los planes de aquellos que nunca han sido capaces de superar su síndrome de megalomanía, o bien de egolatría.
No es posible que vivamos permanentemente azotados por esos vaivenes políticos que desvían a atención de las cosas importantes y nos colocan en una espiral de desencuentros, rivalidades y odio. El descontento y la frustración están creciendo cada día más, y a lo único que eso está contribuyendo es a generar cada día una mayor indiferencia, una falta de compromiso y solidaridad que raya ya, en lo absurdo.
Como agua de mayo, estamos los hondureños y hondureñas esperando el momento en que la politiquería barata y cansona se termine; que los señores detentadores del poder o los que aspiran a él, dejen de estar haciéndonos perder el tiempo con sus intereses mezquinos. Si en algo tiene razón el Presidente Hernández, es en que por favor, dejen trabajar. En palabras sencillas: mucho ayuda el que poco estorba.
Como agua de mayo, estamos esperando un ambiente que permita la generación de empleo; esperando una comunidad empresarial que encuentre espacios de legitima facilidad para desarrollarse y que sea consecuente con las necesidades de este país, que no se canse de invertir y que desista de “extorsionar” a punta de contratos amañados.
Como agua de mayo, estamos esperando que terminen de una vez por todas esas mantanzinas que no son el “pan de cada día”, porque eso no alimenta ni sostiene, sino que son la aplicación de la “ley de la selva”, versión Honduras. Seguimos esperando que desaparezca la impunidad, que desaparezca el calor del odio y de los caprichos de aquellos que hasta quieren imponerle color de cabello o de ropa a la gente; que desaparezca ese humo intoxicante de las coludidas relaciones entre los agentes de justicia y los criminales.
Como agua de mayo, estamos esperando que, los que predicamos el evangelio de Jesús, empecemos a sacar de ese adormecimiento melancólico y desencarnado a nuestros fieles. Un cristianismo centrado sobre diezmos o rezos, nos está llevando a una sociedad empobrecida, ya no sólo por el alza de todos los productos de la canasta básica, por la especulación o coyetería, sino por aquellos que trafican con la religión y la vuelven, necesidad de graneros más grandes para acumular, de manera contraria al mensaje del Maestro.
Como agua de mayo, estamos esperando educación de calidad, oportunidades de esperanza y espacios para el cultivo de un humanismo que sin negar lo trascendente, se ocupe de darnos un futuro promisorio y a la manera de Dios.