Nuestra riqueza no está en las cosas de este mundo, sino que nuestra verdadera riqueza está en los bienes del cielo, los cuáles los podemos gozar desde ya y contemplarlos a través del pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía que nos impulsan a seguir adelante y a sentirnos fortalecidos por la mano de Dios manifestada en su Hijo Jesucristo a través del Espíritu Santo.Texto Samuel Almendárez
Arquidiócesis de Tegucigalpa
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En la actualidad el hombre moderno se afana cotidianamente e incluso hasta el punto de obsesionarse con tener lo último en moda, tecnología o posesiones materiales; piensa que para ser feliz es necesario la adquisición de muchos bienes; esto se da a causa de un gran bombardeo publicitario, de vacios existenciales y de una vida vanidosa.
Jesús en el evangelio de Mateo 6, 19 – 24, nos enseña que para ser feliz basta con tener lo necesario para vivir con dignidad, y que el afán desmedido por las cosas de este mundo pueden llegarnos a separar de lo realmente importante y cegarnos ante las realidades existentes en nuestro entorno.
Hoy en día hablar de austeridad nos parece un tema desfasado o pasado de moda e incluso se llegaría a pensar que esto es solamente para aquellos que han consagrado su vida a Dios y han hecho un voto de pobreza para vivir en la sencillez, pero esto no es verdad; todos estamos llamados a vivir la austeridad a ejemplo de Jesús que en ningún momento buscó opulencia y honores sino que se anonadó y se hizo pobre para enaltecernos y llevarnos a Dios.
Vivir la austeridad no es sinónimo de mendicidad, sino que es vivir con lo necesario y lo indispensable, por lo tanto el hombre y la mujer deben ser fuertes para no dejarse seducir por el demonio que nos presenta una infinidad de cosas como buenas pero que al final son malas; ante todo hay que ser dóciles a la voz de Dios para dejarnos moldear y transformar por Él.
Nuestra riqueza no está en las cosas de este mundo, sino que nuestra verdadera riqueza está en los bienes del cielo, los cuáles los podemos gozar desde ya y contemplarlos a través del pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía que nos impulsan a seguir adelante y a sentirnos fortalecidos por la mano de Dios manifestada en su Hijo Jesucristo a través del Espíritu Santo.
Cómo virtud cristiana la austeridad de vida es forma y expresión del espíritu de pobreza que debe ser vivida aun en los estratos económicamente más elevados de la realidad social. No está de más recordar que dicho espíritu implica humildad y caridad. Humildad porque comienza por reconocer que Dios es el único por sobre todas las cosas, pleno y supremo bien, y que los hombres son administradores de los bienes recibidos, cuya administración debe redundar en bien para los demás, sin dejar de tener especial atención de los más necesitados; por eso implica Caridad.
La austeridad es la virtud que nos independiza de las cosas, de los gustos desordenados, que nos lleva a conformarnos con poco, que mortifica nuestras ansias de poseer y nos limita a lo esencial. El hombre austero no se complica la vida, tiene pocas necesidades y por lo tanto pocas cosas lo desestabilizan, siempre vive contento y feliz con el gozo de saber que su corazón está lleno sobre todo de la gracia de Dios.
La austeridad nos recuerda que no hemos nacido para poseer bienes únicamente, ni para fabricarnos un mundo de bienestar, sino que la persona humana tiene un fin más alto en su existencia que es salvar su alma y por lo tanto tiene necesidades superiores a las materiales. Hay que aprender y saber vivir en la abundancia como en la carencia, con el mismo señorío sobre las cosas. San Agustín nos dice: “Buscad lo que basta, y no queráis más. Lo demás es agobio, no alivio”.