El Resucitado nos envía a anunciar que la dignidad humana no se pierde nunca por mucho que sea denigrada. Nos envía para que ayudemos a llevar la cruz a quienes no tienen fuerza para llevarla. Eso es lo que hace Aquél que venció el pecado y la muerte y vive, resucitado, para siempre.Hay tristeza en el aire que respiramos, porque el miedo está dominando nuestra sociedad. Miedo presente por diversas causas y expresado de diversas maneras. A modo de ejemplo: los ciudadanos tenemos miedo de los delincuentes; los delincuentes tienen miedo de no estar bien armados; los fabricantes de armas tienen miedo de que no haya suficientes delincuentes o conflictos bélicos que les permitan vender armas. Distintas clases de miedo y por distintas razones.
El miedo es una anticipación de alguna amenaza. Y por muchas causas, en Honduras vivimos amenazados. Lo positivo del miedo es que puede evitarnos accidentes y poner a salvo nuestra integridad. Lo negativo del miedo es que puede paralizarnos o derivar en ansiedad, que es el miedo a nada concreto y a todo lo desconocido.
En Honduras, ¿qué puede llevarnos a ser una sociedad miedosa?
En parte puede ser el individualismo, como advierte el Papa Francisco: “El individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares” (Envangeli Gaudium, 67).
Puede que vivamos juntos una profunda soledad. La intuición de que las naciones “amigas” de Honduras, el mismo Estado y sus instituciones, no hacen sino anestesiar el dolor del pueblo con promesas que no se cumplen y pequeños “regalos” que no resuelven los graves problemas de la falta de trabajo, de atención a la salud, de la necesidad de educación de calidad para el futuro, de una inseguridad ante la que fracasan todos los gobiernos, etc.
El sentimiento de abandono, el sentimiento de impotencia, el sentimiento de desconfianza en los demás, alimentan cada día nuestra tristeza y nuestros miedos.
Ante esta realidad, los creyentes queremos entender a Jesús cuando nos invita a no tener miedo. Así, en medio de la tempestad pregunta a sus discípulos: “¿Por qué son ustedes tan miedosos?¿Todavía no tienen fe?” (Mc 4, 40). Cuando encuentran dificultades para avanzar debido al viento en contra, Jesús camina sobre las aguas y les dice: “Animo, no tengan miedo, soy yo” (Mc 6, 50). Incluso nos puede parecer duro el siguiente consejo que nos da: “No teman a los quematan el cuerpo y en seguida no pueden hacer nada más”(Lc 12, 4)
Si la vida de Jesús estaba más amenazada incluso que la nuestra, ¿de dónde sacaba esa fortaleza y ese ánimo que comunicaba a sus discípulos? Sin duda que de su confianza en el PADRE del cielo, que es AMOR. Una confianza que le permitía creer firmemente que la muerte sería vencida por la VIDA en la RESURRECCIÓN.
Jesús ayudaba a sus discípulos a superar el miedo proponiéndoles sobre todo:
+ Ser una verdadera COMUNIDAD de hermanos y amigos capaces de amarse hasta dar la vida unos por otros. (Jn 15, 12 – 17)
+ No perder su identidad de discípulos de esa VERDAD que nos hace libres. (Jn 8, 32)
+ Estar dispuestos y comprometidos en cargar con el peso (que Jesús llama “la CRUZ de cada día”) de ser fieles y coherentes con los valores que guían nuestra vida. (Mt 16, 24 – 27)
También para nosotros estos son los pasos del camino que Jesús nos señala para poder resucitar con él. Estos son los pasos que nos trasladan de la tristeza y el miedo a la alegría y la confianza. Y es así que el Señor nos anuncia el fruto de su resurrección: “Así también ustedes sienten ahoratristeza, pero cuando aparezca entre ustedes se alegrarán, y su alegría no se la quitará nadie” (Jn 16, 22)
¡Aleluya! ¡el Señor ha resucitado!
Con su fuerza seremos capaces de ir dejando nuestros miedos para hacernos valientes y con una alegría interior, no superficial, y una esperanza firme que nos ayude a cambiar de verdad a Honduras.
A veces decimos que los habitantes de ciertas zonas, ciudades, barrios o colonias donde impera la violencia y la inseguridad, “viven en un infierno”. Sin tergiversar el sentido de los textos bíblicos que afirman que Cristo, al morir, “descendió a los infiernos”, podemos hacer una aplicación pastoral de cara a nuestra realidad social. Esta afirmación la encontramos en He 3, 15; Rm 8, 11; 1 Cor 15, 20; Ef 4, 9.10; 1 Pe 3, 18.19
Esta revelación de la Palabra la ha incorporado la Iglesia en su profesión de fe. En el Credo afirmamos que Cristo, al morir, liberó a los justos que permanecían en el lugar de los muertos (hades) abriéndoles las puertas de la VIDA. Es lo que ya había anunciado Jesús: <<Sepan queviene la hora, y ya estamos en ella, en la que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que las escuchen tendrán vida>> (Jn 5, 25)
Aplicándolo a nuestra realidad, y salvando las diferencias, profesamos con fe que el Señor de la VIDA desciende a ese “infierno” que viven tantas de nuestras familias hondureñas encerradas en él por el miedo de no tener adónde ir. El Señor está presente en este “infierno” que viven tantos jóvenes esclavizados en alguna mara; también en el “infierno” que supone el viaje migratorio hacia el norte.
El “infierno” que les toca vivir a las víctimas de la trata de personas, a los enfermos alcohólicos. En el infierno infrahumano de los que permanecen en las cárceles. Y tantos “infiernos” donde se cocina la corrupción aderezada con la impunidad.
Pero a quienes hemos recibido la fuerza de su Espíritu, el Resucitado nos pide que vayamos, como él lo hizo, “a predicar a los espíritus encarcelado” (1 Pe 3, 19). El Resucitado nos pide que llevemos a estos lugares el anuncio de una VIDA-PARA-SIEMPRE. Una VIDA que ya aquí vamos preparando en la medida en que nos unimos para que el bien venza al mal, la alegría venza a la tristeza, la justicia se imponga a la injusticia, el amor venza al odio, la VIDA venza a la muerte. Porque es muy difícil salir de esos “infiernos”, el Resucitado nos envía a anunciar que la dignidad humana no se pierde nunca por mucho que sea denigrada. Nos envía para que ayudemos a llevar la cruz a quienes no tienen fuerza para llevarla. Eso es lo que hace Aquél que venció el pecado y la muerte y vive, resucitado, para siempre.
Es la tarea que debemos compartir; y nos lo recuerda el Papa Francisco:
“…los cristianos insistimos en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de ayudarnos “mutuamente a llevar las cargas” (Gal 6, 2). Por otra parte hoy surgen muchas formas de asociación para la defensa de derechos y para la consecución de nobles objetivos”. (Evangelii Gaudium, 67) Y no hay duda de que el Espíritu del Resucitado se mueve entre estas iniciativas.
De nuevo, la PASCUA nos revitaliza para seguir el camino que Jesús señalaba a todos sus discípulos: SER COMUNIDAD, VIVIR EN LA VERDAD, CARGAR LA CRUZ POR AMOR… esto nos lleva hasta la RESURRECCIÓN.
Y el Papa nos sigue exhortando:
<< ¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!>> (EG, 83)
<< ¡No nos dejemos robar la esperanza!>> (EG, 86)
<< ¡No nos dejemos robar la comunidad!>> (EG, 92)
<< ¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!>> (EG, 101)
<< ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!>> (EG, 109)
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!