Semanario FIDES

EL DECANO DE LA PRENSA NACIONAL

Homilía del Domingo 5 de Abril de 2015

P3homilia

Homilía del Señor Arzobispo en la Resurrección del Señor
“No está aquí ha resucitado”
Este relato que acabamos de escuchar se repetía todos los domingos en las primeras comunidades cristianas. Los creyentes se recordaban mutuamente la historia de esa mañana de Pascua. Una mañana movida, con idas y venidas, con sentimientos encontrados. Una mañana estremecedora: se conmovió la tierra (Mt. 28:2) y se conmovieron los corazones con el desconcierto, el temor, la duda, la perplejidad. Las mujeres que fueron al sepulcro tuvieron miedo; los discípulos, zozobra. Dos de ellos, porque no querían más líos, se escaparon a Emaús. En medio de este bochinche interior y exterior, de idas y venidas, aparece Jesús, vivo, resucitado, y todo adquiere un aire de paz, de gozo y de alegría. El Señor “no está aquí, ha resucitado” le habían dicho los ángeles a las mujeres… y finalmente lo vieron.
¿Qué pasaba por el corazón de estas mujeres y de los discípulos? Quisiera detenerme en un detalle que acabamos de escuchar: “Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el sepulcro y, al asomarse, no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de admiración por lo que había sucedido”. No se quedó en medio de los comentarios y las dudas; decidido, fue corriendo a ver lo que pasaba… y se admiró. Su corazón presintió y comenzó a saborear el estupor característico del encuentro con el Señor, ese sentimiento mezcla de admiración, gozo y adoración, con que Dios nos regala cuando se acerca. Pedro se deja llevar por el anuncio y se abre a lo que todavía no entiende. Tenía las muchas otras posibilidades de situarse ante los hechos de esa mañana, pero elige el camino directo, objetivo: ir a ver. No se deja entrampar por el microclima que se armó cuando llegaron las mujeres. Se anunciaba la Vida… y él corre hasta las periferias de la muerte, pero no se queda allí, encerrado en el ambiente sepulcral, sino que admirado, con estupor, regresa. Con su actitud cumplimenta la advertencia de los ángeles a las mujeres: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” No se deja aprisionar por la vaciedad del sepulcro.
“¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” En medio de todas las circunstancias y los sentimientos de esa mañana la frase marca un hito en la historia, se proyecta hacia la Iglesia de todos los tiempos y señala una división entre las personas: los que optan por el sepulcro, los que siguen buscando allí, y los que –como Pedro- abren el corazón a la vida en medio de la Vida. Y cuántas veces, en nuestro andar cotidiano, necesitamos que se nos sacuda y se nos diga “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” ¡Cuántas veces necesitamos que esta frase nos rescate del ámbito de la desesperanza y de la muerte!
Necesitamos que se nos grite esto cada vez que, recluidos en cualquier forma de egoísmo, pretendemos saciarnos con el agua estancada de la autosatisfacción. Necesitamos que se nos grite esto cuando, seducidos por el poder terrenal que se nos ofrece claudicando de los valores humanos y cristianos, nos embriagamos con el vino de la idolatría de nosotros mismos que sólo puede prometernos un futuro sepulcral. Necesitamos que se nos grite esto en los momentos en que ponemos nuestra esperanza en las vanidades mundanas, en el dinero, en la fama y nos vestimos con el fatuo resplandor del orgullo. Necesitamos que se nos grite esto hoy, en medio de nuestro pueblo y de nuestra cultura para que nos abramos al Único que da vida, al Único que puede provocar en nosotros el estupor esperanzado del encuentro, al Único que no distorsiona realidades, que no vende mentiras sino que regala verdades. ¿Cuántas veces tenemos necesidad de que la ternura maternal de María nos susurre, como preparando el camino, esta frase victoriosa y de profunda estrategia cristiana?: Hijo, ¡no busques entre los muertos al que está vivo!
Juan nos muestra unos hermosos detalles, el lento examen a que somete la mirada de Pedro, “Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró”. Cada detalle particular dentro del sepulcro vacío crea un clima de gran silencio, de expectante interrogación: “Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.” El discípulo, al ver, intuye lo que ha sucedido. San Juan cree, porque es limpio de corazón, su pureza no le hace tener ninguna duda.
Sin embargo, luego pasa de la realidad que tiene delante a otra más escondida: “Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos.”. De esto se desprende que la fe no es, para el hombre, una posesión estable, sino el comienzo de un camino de comunión con el Señor, una comunión que ha de ser mantenida viva y en la que hemos de ahondar más y más, para que llegue a la plenitud de vida con él en el reino de la luz infinita.
La alegría de Cristo resucitado vivan en sus corazones
Hoy día de Pascua, necesitamos que se nos anuncie fuertemente esta palabra y que nuestro corazón débil y pecador se abra a la admiración y al estupor del encuentro y podamos escuchar de los labios del Señor Jesús la reconfortante palabra: “No temas, soy yo”.

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Esta entrada fue publicada el 6 abril 2015 por en Homilias.
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