Los marginados, el material desechable de nuestra sociedad, están gimiendo como dolores de parto, esperando la manifestación de los hijos de Dios. No podemos dejarlos hundirse en la ciénaga del infortunio, la miseria, la muerte lenta por la falta de lo necesario para vivir.Texto: Monseñor Rómulo Emiliani
Fotos: Archivo
La Trama
El mal iba tejiendo las redes de la trampa, manipulando al pueblo, uniéndose herodianos, fariseos, saduceos y el mismo imperio romano.
El Drama
Lo llevaron al Calvario donde fue colgado en la Cruz, torturado por nuestros pecados, cargó con nuestras culpas, sufrió la lejanía del Padre y murió por amor.
¡APÁRTATE DE MI SATANÁS!
Esta frase de Jesús dirigida a su fiel e impetuoso discípulo Pedro, que quería impedir que el Maestro fuera a inmolarse a Jerusalén, causa mucho impacto por su trascendencia. Jesús es consciente de que debe seguir su camino hacia la plena y dramática entrega en la cruz; sacrificar su vida por salvar a toda la humanidad. Nada ni nadie debe impedírselo. Él debe pagar el precio del rescate con su propia sangre, para arrebatarnos de las garras del maligno. Jesús vino a salvarnos y si el grano de trigo no muere, no da fruto.
LE HABLA ASÍ A SU “HOMBRE DE MÁS CONFIANZA”
Al que había destinado para ser su “vicario en la tierra”. “! Apártate de mí Satanás! porque me quieres apartar del camino de la salvación del ser humano ”. Esto nos hace pensar que los “engaños diabólicos” pueden presentarse inclusive en las personas y cosas más “inocentes y buenas”.
No es para ver al diablo siempre, ya que más bien hay que ver a Dios en todo, pero sabiendo que aún en las personas, cosas y momentos más “puros”, pueden presentarse situaciones que nos aparten del camino.
Ejemplo, el de una madre que por “amor” le arranca a la hija su deseo de consagrarse al Señor, porque es un “camino donde se sufre mucho”. Recordemos el siniestro consejo de Herodías a su hija Salomé, ordenándole que pidiera a Herodes la cabeza de Juan el Bautista. Su propia madre lleva a la hija a cometer tan espantoso crimen.
Vemos pues que aún de una madre pueden venir “tentaciones de las tinieblas”. “Quien ame a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mi” dice el Señor.
Quien obedezca más a su padre, esposo, jefe o amigo, más que al Señor, se convierte en enemigo del plan de salvación de Dios. Por una parte los cristianos debemos ser los más respetuosos de toda autoridad y orden, pero por otro lado, los más rebeldes si se nos manda algo que va contra Dios, contra la moral, contra la vida.
EN HONDURAS LAS TINIEBLAS NOS SUSURRAN AL OÍDO CONSTANTEMENTE
“No te sacrifiques tanto. No te arriesgues mucho. Piensa en ti mismo y solamente en ti. Los pobres están así por vagancia. Son parásitos y son culpables de su miseria. Los presos no merecen vivir. Que maten a todos los pandilleros. Quien no piense como tú no merece tu respeto”, ¡Apártate de mí Satanás!, debería ser el grito de guerra espiritual constante nuestro.
El joven que induce a la novia a abortar, el jefe que intenta seducir a la empleada, el padre que lleva al hijo al licor, el amigo que quiere llevar a uno a realizar un acto delictivo o a consumir droga, deben al momento ser “detenidos” con un “!apártate de mí Satanás!”. Y en esto hay que ser radical.
Más aún, cuando una madre u otro tipo de autoridad, inclusive religiosa, apaga en un joven o en cualquier persona, su deseo de superación, de perfección, de santidad, supuestamente por el bien de la persona, por prudencia, por salvar a uno de meterse “en problemas”, deben ser detenidos con un claro “!apártate de mi Satanás!”.
NADIE DEBE APAGAR EL DESEO DE AMOR DE SUBIR LA MONTAÑA DE LA SANTIDAD
A la montaña de la perfección de una persona, porque se convierte en instrumento de las tinieblas. Así como suena. Nuestra misión es crecer sin detenernos, hasta llegar al encuentro con el Señor al final de nuestra vida.
Lógicamente nunca está de más la advertencia que hay que dar siempre a las personas que se lanzan a conseguir una meta, sobre obstáculos, tentaciones y demás cosas negativas que van a encontrar en el camino y sobre todo, si en verdad se ha pensado bien en el camino que se va a seguir.
Pero un pueblo, una comunidad, una nación debe estar continuamente diciendo: “!apártate de mi Satanás!” a las tentaciones de injusticias, vicios, corrupción que se ciernen continuamente en su vida, sumando fuerza espiritual, moral, judicial, policial y otras, para luchar contra el mal, adecentar el ambiente y humanizar la cultura de un conglomerado social. Esa frase hay que pronunciarla cuando nos quieren impedir servir al pobre, liberarlo de su marginación y exclusión.
Ellos, el material desechable de nuestra sociedad, están gimiendo como dolores de parto, esperando la manifestación de los hijos de Dios. No podemos dejarlos hundirse en la ciénaga del infortunio, la miseria, la muerte lenta por la falta de lo necesario para vivir.
TODO CAMBIO EMPIEZA POR UNO MISMO
Ahora bien, todo cambio comienza por uno mismo. ¿En qué me tienta más Satanás? ¿Cuál es mi talón de Aquiles, mi mayor debilidad? ¿En qué estoy consintiendo yo las tentaciones de las tinieblas? Todos estamos tentados por esas “30 monedas” de Judas que están continuamente sacudiendo nuestra conciencia.
Debo gritar con todo el alma: “! Apártate de mi Satanás!”. Para eso, igual que Jesús debo:
1. Estar consciente de mi misión en la tierra.
2. Ser un celoso defensor de mis metas y saber qué es lo que puede apartarme de mi camino.
3. Cultivar al máximo mi fidelidad a la obra del Reino de los Cielos y poner todo el empeño en sacrificar lo que sea para alcanzar mis objetivos en la vida.
4. Contar con la ayuda del Señor, implorar siempre su bendición, entregarme a Él con todo mi ser.
5. Unirme a personas que como yo tengan aspiraciones parecidas y compartir conocimientos, consejos, apoyos de diversa índole.
6. Intentar superarme cada vez más en lo que es de mi competencia con la dedicación, estudio, perfección de habilidades, buscando crecer cada vez más. Y, por supuesto, cuando veo que hay algo que me quiere apartar del camino de superación emprendido, gritar con todo mi ser “!apártate de mi Satanás!”, e implorar la fuerza del Señor con quien en verdad soy más que vencedor.
Jesús siguió su camino hacia Jerusalén. Allí las fuerzas del mal iban tejiendo las redes de la trampa, manipulando al pueblo, uniéndose herodianos, fariseos, saduceos y el mismo imperio romano.
Todos a callar la verdad, a silenciar el amor, a destruir la vida manifestada con total inocencia, la del Salvador del mundo. La traición llegó por Judas y el cruel abandono de parte de los discípulos. El juicio injusto, la cobardía de Pilato, el populacho gritando: “! Crucifíquenlo!”, todo estaba conspirando contra la Verdad y el Amor. Y fue condenado. Y lo llevaron al Calvario donde fue colgado en la Cruz, torturado por nuestros pecados, cargó con nuestras culpas, sufrió la lejanía del Padre y murió por amor.
Pero el Padre lo resucitó al tercer día. Fue vencido el pecado y la muerte y Jesús subió al cielo, está sentado a la derecha del Padre y nos abrió las puertas de la eternidad gozosa y radiante. Él está con nosotros y es la cabeza de la Iglesia y está recapitulando todo para entregarlo al Padre. Él nos lleva de sus manos y nos conducirá a la Patria prometida, donde contemplaremos la presencia santa de la Verdad y la Belleza, la del Dios bueno y Santo, la del Padre, hijo y Espíritu Santo. Amén.