Homilía del Señor Arzobispo para el IV Domingo de Cuaresma
“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre” (Jn.3,14-21)
Estas son las palabras de Jesús a Nicodemo en un encuentro personal a altas horas de una noche. Jesús se aplica a sí mismo el símbolo de la serpiente, basado en la “leyenda” del Éxodo que cuenta que los israelitas en el desierto eran acosados por una plaga de serpientes venenosas, que mordían y hacían morir a muchos… entonces, Moisés, por indicación de Dios, fabrica una serpiente de bronce y la coloca en un poste a la vista de todos y les dice que el que sea mordido, que mire con fe a la serpiente de bronce y quedará curado…
Jesús retoma esta vieja “leyenda” y se la aplica a sí mismo, diciéndole a Nicodemo: “lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre,…” ¿Qué significan estas palabras de Jesús? Significan que Jesús, elevado en la cruz, es esa “serpiente”; es decir, Jesús, es la presencia salvadora de Dios para todo el mundo. Todo el que se adhiera a El, aceptando su amor, obtendrá la vida definitiva…Necesitamos levantar nuestra mirada a Jesús clavado en el madero de la cruz, como expresión del amor misericordioso de Dios al mundo.
Este signo del “Hijo del Hombre elevado”, es la expresión del amor de Dios a la humanidad y está alzado para que el mundo entero pueda verlo. En Él, levantado en alto, Dios ofrece el amor, la vida y la esperanza al mundo entero. Sí, Cristo es el hombre levantado en alto para que así puedan verlo todos y puedan comprobar que Dios es amor.
Por eso, en el Evangelio de hoy, se nos invita a “alzar nuestra mirada”, no a la serpiente de bronce, sino al mismo Jesús crucificado y resucitado, que ofrece la vida plena para todos. ¿Qué sentido tiene alzar nuestra mirada al crucificado en una sociedad que busca ávidamente, el confort, la comodidad y el máximo de bienestar? En esa mirada al crucificado podemos descubrir todo el amor y la solidaridad de Dios con todos los que sufren.
Pero, ¿somos conscientes hoy de que el veneno de las serpientes, no se ha terminado? Andamos mordidos por muchas serpientes, como los israelitas en el desierto: mordidos por la serpiente de la ambición de poder y mordidos también por la serpiente del ansia de ganar dinero, mordidos por la serpiente del neoliberalismo económico que genera tanta violencia, competitividad, injusticias. Y también mordidos por la serpiente del vacío existencial y de la pérdida del sentido de la vida.
Nuestra situación sigue siendo, a veces, tan desesperada como la de aquellos israelitas mordidos por las serpientes en el desierto… Podemos preguntarnos cada uno, ¿cuáles son hoy las serpientes que muerden y envenenan mi vida?
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su único Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en El, sino que tengan Vida Eterna”. Aquí radica el centro de la fe cristiana, de la Buena Noticia de Evangelio. Dios no dice “basta”, nos entrega a su Hijo, expresión máxima de su amor, nos da todo lo que tiene. No se reserva nada. Muchos estudiosos consideran que este “tanto amó Dios al mundo” es el corazón del Evangelio de Juan y de toda la revelación.
“Tanto amo Dios al mundo, que entregó a su único Hijo…”. A veces olvidamos que el propósito de su amor es que el mundo tenga vida auténtica y que cada uno de nosotros también la tengamos. Estas son las palabras más hermosas del evangelio de Juan. Necesitamos poder acoger y dejarnos transformar por este acto de amor de Dios que tiene su punto culminante en Jesús.
Frente a nuestros rechazos e infidelidades, Dios no retira ni siquiera atenúa su amor. Nosotros podemos negarle pero Dios nos da cada vez más. Es la locura suprema del amor. Nuestro mundo tiene necesidad de ser salvado por este amor, porque se encuentra en una situación de riesgo. El amor de Dios nos libera del pesimismo ante el mundo y renueva nuestra confianza en la vida.
“Que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz”. La oscuridad nos inquieta. La luz, en cambio, nos da seguridad. En la oscuridad no sabemos dónde estamos. En la luz podemos encontrar un camino. La luz de Jesús es tan penetrante que derriba toda seguridad humana y todo orgullo, incluso el más escondido. Quien acepta a Jesús, el Señor, y deja espacio a un amor que le trasciende, encuentra lo que nadie consigue darse a sí mismo: La vida en plenitud.
“Todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras”. ¿Por qué rechazamos la luz? Porque a todos nos aterra parecer que somos malos y culpables. Ocultamos toda la suciedad que llevamos dentro detrás de una aparente bondad o de una buena imagen… En el fondo, tenemos miedo a ser rechazados pero cuando, desde el interior, comprendemos que somos amados, podemos ir a la luz y vivirnos en la verdad.
El amor infinito de Dios se encuentra con el drama de nuestra libertad, que a veces elige el mal, la oscuridad, aún a pesar de desear ardientemente estar en la luz. Pero precisamente, Cristo no ha venido para condenar sino para darnos vida. Jesús, el Señor, viene a ser luz en un mundo entenebrecido por el mal, y a dar sentido a nuestro caminar.
Que ante este Amor que se nos revela en Jesús levantado en la cruz, dejemos nuestros miedos y nuestras lamentaciones y que nos volvamos hacia El y le digamos que nos cure de todas las serpientes que nos acosan, y envenenan nuestra vida. Jesús (muerto por amor) puede hacer que cada día, nuestra vida sea una vida nueva. Sí, con Él, con su amor, nuestra vida es nueva cada día, nuestra vida puede cambiar: la paz y la confianza pueden volver a brotar de nuevo en nuestro corazón.
Nuestra oración hoy puede ser: Señor Jesús muerto y resucitado, Tú comprendes nuestras fragilidades y nuestras heridas, hoy ponemos nuestra mirada en Ti, que eres la Fuente de todo amor y de toda esperanza.