Semanario FIDES

EL DECANO DE LA PRENSA NACIONAL

María pone sus ojos en las necesidades de sus hijos

Ella (María) atrae multitudes a la comunión con Jesús y su Iglesia, como experimentamos a menudo en los santuarios marianos” (DA 268)

Ella (María) atrae multitudes a la comunión con Jesús y su Iglesia, como experimentamos a menudo en los santuarios marianos” (DA 268)

Concluímos en esta edición la publicación de la Reflexión Teológica realizada por Monseñor Ángel Garachana, Obispo de San Pedro Sula, la cual constituye el marco de la campaña de evangelización para este año la cual lleva por nombre “Dichosa tú que has creído”, dedicada a María, la Madre de Jesús.II PARTE
4.“María, Madre la Iglesia, es artífice de comunión” (DA 268)
A la luz del Concilio Vaticano II y en los últimos 50 años posteriores a su celebración, la Iglesia ha dicho de sí misma que es “Pueblo de Dios”, sacramento de unidad, casa y escuela de comunión, comunidad de fe, amor y esperanza, ámbito de participación y corresponsabilidad… y otras muchas expresiones que manifiestan la conciencia que la Iglesia tiene de ser una “muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Constitución sobre la Iglesia, 4).
El documento de Aparecida ha recogido esta tradición viva y la ha expresado bella y acertadamente así:
La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy presente en la cultura actual, de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión”. Esto significa que una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores de los Apóstoles y con el Papa. (DA 156).
Esta dimensión comunitaria, esencial al acontecimiento cristiano, la vamos reflexionando, viviendo y evaluando en nuestra Iglesia hondureña de una manera muy directa en los últimos años como lo muestra el “proyecto de parroquia renovada”, el Congreso sobre “eclesiología de comunión” el Taller Nacional sobre Comunidades Eclesiales de Base, la organización de Comisiones Nacionales de Pastoral, etc.
Este año 2015 nos detenemos de una manera especial en la contemplación de María como “artífice de comunión”. Y siguiendo la enseñanza del documento de Aparecida lo hacemos desde dos enfoques: María, Madre de la Iglesia y santuarios marianos como lugar de “atracción” al seguimiento de Jesús.

• María, Madre de la Iglesia
El documento de Aparecida nos ofrece estas dos afirmaciones: “Como en la familia humana, la Iglesia-familia se genera en torno a una madre”. “María, Madre de la Iglesia,… es artífice de comunión”.
El Papa Pablo VI, recientemente beatificado, al terminar los trabajos del Concilio Vaticano II, declaraba el 21 de noviembre de 1965: “Para gloria de la Virgen y para consuelo nuestro, proclamamos a María Santísima como “Madre de la Iglesia”, es decir de todo el pueblo de Dios… y queremos que con este suavísimo título sea todavía más honrada e invocada la Virgen en adelante por el pueblo cristiano”.
Siguiendo la enseñanza de la Iglesia Católica expresada solemnemente en el Concilio Vaticano II, podemos hablar de las relaciones de María y la Iglesia desde tres enfoques complementarios, a saber: María, como miembro de la Iglesia, comunidad de salvados; María como “prototipo” de lo que la Iglesia está llamada a ser y María como Madre del cuerpo total de Cristo, su Cabeza y sus miembros. El Concilio lo expresa de una forma condensada en estas frases (Constitución sobre la Iglesia, 53):
• María está unida a la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados… Redimida de modo eminente en atención a los futuros méritos de su Hijo.
• María es también saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y en la caridad…
• María es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza (Cristo).
Contemplemos esta maternidad de María a la luz del Evangelio de San Juan; “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, María la mujer de Cleofes, y María Magdalena. Jesús al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Después dijo al discípulo: “ahí tienes a tu madre” y desde aquel momento, el discípulo la recibió como suya” (Jn 19, 25-27).
Para entender plenamente el contenido teológico de este pasaje hay que situarlo en el contexto que sugiere el mismo evangelista. Cuando Jesús llega a Jerusalén para el testimonio definitivo de la Gloria del Padre, es la Hora (Jn 12,23), esperada y decisiva (12,27), la Hora de pasar de este mundo al Padre (13,1), la Hora del amor y de la entrega por los suyos (13,1), la Hora de la glorificación (17,1).
Ha llegado, pues, la Hora de Jesús, y en este último momento están presentes significativamente María y el discípulo amado. El cuarto Evangelio tiene la convicción de que Jesús no muere abandonado: al pie de la cruz está una comunidad formada por discípulos creyentes simbolizada en “el discipulado amado” (sin nombre), y en ella, la Madre de Jesús, como Mujer, tiene un papel fundamental. Aparentemente uno piensa que la Madre es encomendada a los cuidados filiales del discípulo, pero la lectura real es otra: el discípulo amado es encomendado a los cuidados maternales de la Mujer. Por eso, la primera palabra del Mesías en la cruz va dirigida a la Madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Le entrega el discípulo amado a la Madre para que ella lo reciba como su hijo. Desde esta Hora, la Hora de la Pascua, la comunidad del discípulo pertenece a María, la Mujer y la Madre.
Sólo en segundo lugar aparece la otra palabra de Jesús, dirigida esta vez al discípulo, y en él a la comunidad: “Ahí tienes a tu Madre”. Como le pidió a María que intervenga con sus cuidados maternales respecto a la comunidad de discípulos, le pide ahora al discípulo que en esa Mujer reciba y acoja a su Madre. Por eso, la comunidad creyente, obediente a la Palabra de Jesús, “desde aquella hora la recibió como suya”.
En síntesis, para el cuarto Evangelio, Jesús está elevado en el árbol de la cruz para atraer a todos hacia sí (3, 14-15) e inicia un mundo nuevo y una humanidad nueva. Está Él, el hombre nuevo, y junto a él está María, la Mujer nueva. Ella recibe también de Jesús una misión nueva: ser la Madre de la comunidad de Jesús, de todos aquellos que por ser objeto del amor salvífico del Padre, acogen y viven la Vida eterna que Jesús aporta. De esta manera, el pasaje fundamente positivamente la doctrina, según la cual, María, Madre de Jesús, es a la vez Madre de la Iglesia, Madre de la comunidad de todos los creyentes.

• Los santuarios marianos, lugar de “atracción”
“Ella (María) atrae multitudes a la comunión con Jesús y su Iglesia, como experimentamos a menudo en los santuarios marianos” (DA 268). Es un hecho incuestionable cómo los diversos santuarios marianos se convierten en lugar de “atracción” de miles de personas de toda clase, donde desaparecen las diferencias sociales y étnicas, las posturas antagónicas y hasta las enemistades. Las peregrinaciones a los santuarios marianos expresan la realidad honda de la Iglesia, pueblo de Dios peregrino hacia el “santuario del cielo”, pueblo variado en sus rostros, costumbres, experiencias de la vida pero pueblo de Dios, uno en la diversidad.
Los santuarios marianos, con las diversas advocaciones de María, unen en el dolor y en la fiesta, en la oración y en las promesas, en la acción de gracias y en la esperanza. En verdad, en ellos María es Madre que reúne a sus hijos, los hace familia, los escucha y consuela, los lleva a la comunión con Jesús y a hacer lo que Él nos dice y enseña, con sus palabras y sus obras.

5. María educa un estilo de vida compartida y solidaria, en atención y acogida del pobre
La sensibilidad y preocupaciones que Aparecida muestra por las necesidades y urgencias de los pueblos de América Latina y el Caribe se reflejan cuando denuncia la pobreza, la marginación, la exclusión social política, cultural y racial; las migraciones, los enfermos, los adictos o dependientes, la violencia, la desigualdad, la injusticia, las situaciones de pecado, las estructuras de muerte y tantas otras carencias de dignidad de vida. Por otro lado, los obispos reconocen la bendición de Dios en el amor, la fe, la providencia, la fraternidad, la religiosidad, el anhelo de superación, la búsqueda de caminos para la convivencia en paz y justicia, los deseos del reconocimiento de los pueblos indígenas y sus culturas, la promoción humana y el derecho a la salud y a la educación, y la defensa de la naturaleza. Pues bien, hay una palabra a la que recurre el Documento y que nos convoca al compromiso para mejorar. Es “solidaridad” o “solidario/a” que aparece hasta setenta veces.
Este dato es signo de la preocupación de los participantes en la asamblea General de Aparecida por la situación de millones de latinoamericanos que no pueden llevar una vida digna de hijos de Dios (DA 391), y llevó a “ratificar y potenciar la opción de amor preferencial por los pobres hecha en las Conferencias anteriores” (DA 396).
¿En qué medida y de qué manera María de Nazaret inspira y anima en los discípulos misioneros de su Hijo estas opciones y comportamientos? El documento de Aparecida responde a nuestra pregunta de una manera clara, sencilla, luminosa y motivante:
“Con los ojos puestos en sus hijos y en sus necesidades, como en Caná de Galilea, María ayuda a mantener vivas las actitudes de atención, de servicio, de entrega y de gratuidad que deben distinguir a los discípulos de su Hijo. Indica, además, cuál es la pedagogía para que los pobres, en cada comunidad cristiana, “se sientan como en su casa”. Crea comunión y educa a un estilo de vida compartida y solidaria, en fraternidad, en atención y acogida del otro, especialmente si es pobre o necesitado (DA 272).
Detengámonos en la “casa y escuela” de María para aprender, por la atracción de su ejemplo y la luz interior del Espíritu, ese estilo de vida compartida y solidaria, esa pedagogía de la atención y acogida de los pobres, ese espíritu de entrega y servicio.

• “Con los ojos puestos en sus hijos y necesidades”
El documento de Aparecida, siguiendo el método del “ver, juzgar y actuar”, nos invita a “ver” (mirar) la realidad con ojos de fe y corazón compasivo. Toda conversión y compromiso parte de “los ojos”. Ojos que no ven, corazón que no siente y manos que no actúan.
María, hoy como ayer; tiene “los ojos puestos en sus hijos y en sus necesidades” (DA 272). En el relato del “primer signo realizado por Jesús” (Jn 2, 11), en la boda de Caná, María tienen un puesto muy especial, aunque el centro de la narración sea Jesús. María es la que está atenta a la situación de la boda, advierte la necesidad del vino y pide ayuda a quien puede ofrecerla. Sabemos cómo este relato está todo él cargado de “simbolismo”. Desde esta clave de comprensión, María es “la mujer de ojos abiertos y compasivos para “ver” las necesidades de los hombres, las necesidades del vino de la fiesta familiar y del “vino nuevo” del Reino de Dios.
María es “la madre de Jesús” que intercede ante él por los novios. María no le pide directamente a Jesús un milagro, mucho menos se lo exige. Sencillamente le presenta la necesidad: “No tienen vino” (Jn 2,3). La oración verdadera no exige, simplemente plantea la situación porque hay confianza y amor en el Señor.
Esta misma actitud de olvido de sí y atención solícita y eficaz a las necesidades de los otros manifiesta María en la visitación a Isabel. Recibida la noticia de que su pariente Isabel también ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril (Lc 1,36), de prisa se pone en camino para prestar las atenciones y cuidados que Isabel va a necesitar. ¡Cuanto más llena de la gracia de Dios más atenta a las necesidades de los demás!
María, asunta al cielo, no se olvida de nosotros sino que “por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz” (Constitución sobre la Iglesia, (LG), 62). Los fieles experimentan esa presencia activa y operante de María, suscitada y mantenida por Dios mismo, y la invocan como Auxiliadora, Abogada, Consoladora, en sus necesidades, sufrimientos y esperanzas.

•Pedagogía para que los pobres se sientan como en su casa
La pedagogía para que los pobres se sientan, en cada comunidad cristiana, como en su casa no es otra que la “pedagogía de Dios”. La Sagrada Escritura es el libro que nos cuenta y da testimonio de cómo Dios ha querido darse a conocer a sí mismo y realizar su plan de salvación de una manera progresiva, adaptándose a la condición humana y a su proceso histórico.
Esta pedagogía divina es la que María proclama, con alegría y agradecimiento en el “Magnificat”:
• Es una pedagogía progresiva que parte de la llamada y de la promesa hecha a Abrahan, se consolida en la elección y constitución de Israel como “pueblo de Dios” y alcanza su plenitud y cumplimiento en Jesús, concebido y nacido de María Virgen.
• Es una pedagogía de la misericordia y la fidelidad, de la compasión entrañable de Dios que llega a sus fieles de generación en generación. La historia de la salvación de la humanidad es la historia del amor gratuito, misericordioso y reconciliador de Dios para con nosotros pecadores.
• Es una pedagogía de la salvación. Dios es “nuestro Salvador”, no el que acecha a escondidas para sorprendernos en falta y condenarnos. Dios quiere que tengamos vida en plenitud, que seamos liberados de toda esclavitud y seamos dichosos. La historia de salvación que Dios realiza a favor nuestro alcanza su plenitud en Jesús, que significa “salvador” (Cfr Mt 1,21).
• Es una pedagogía del acompañamiento. Dios, como un padre, “toma de la mano a Israel”, lo acompaña, permanece a su lado, lo guía, lo corrige, lo anima. Dios nos toma de la mano y no nos suelta, no nos abandona.
• Es una pedagogía de la opción por los pobres y los empobrecidos, por los humildes y los humillados, los hambrientos y necesitados. Dios se constituye en el defensor de los indefensos, en el protector de los desprotegidos, en el libertador de los oprimidos, en el que escucha el clamor y los gemidos de los pobres “Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humillados, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacios”.
• Es una pedagogía de la justicia, la solidaridad y la paz. Dios no quiere las relaciones “dominador-dominados”, “soberbios-despreciados”, “ricos-pobres”, “poderosos-humillados”. Dios quiere unas relaciones fraternas, justas, solidarias, reconciliadas, pacíficas.
María experimenta en si misma esta “pedagogía divina” y por eso proclama su alma la grandeza del Señor y se alegra su espíritu en Dios su salvador (Lc 1,47). Ella, que se considera “la esclava del Señor” ha sido elegida por Dios como “madre del Señor”. Ella, “pobre entre los pobres del Señor” (Constitución sobre la Iglesia del Vaticano II, 55), es saludada por el ángel como “llena-de-gracia”, “bendecida con toda clase de bienes espirituales” (Ef 1,3). Ella, la Virgen que no conoce varón, ha sido llamada por Dios a ser la “madre” del Mesías esperado. En verdad que Dios “ha mirado la humillación de su esclava” y “ha hecho obras grandes por ella”, por eso “todas las generaciones la proclaman dichosa” (Lc 1. 48-49).
Esta es la “pedagogía divina” para que los pobres experimenten que “Dios está con ellos”, que tienen un lugar preferente en su corazón, en su casa. Esta es la pedagogía que María experimenta en si misma, esta es la pedagogía que proclama y nos enseña. Permanezcamos en la escuela de María y aprendemos a vivir las actitudes de compasión, gratuidad, entrega, servicio, solidaridad, justicia y amor y sintamos la urgencia “de entregar a nuestros pueblos la vida plena y feliz que Jesús trae para que cada persona humana viva de acuerdo con la dignidad que Dios le ha dado”

(DA 389).
Conclusión
Mis reflexiones concluyen haciéndose oración con palabras del papa Francisco en su Exhortación Apostólica “El gozo del Evangelio” (EG):

“Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer con el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.

Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.

Amén. Aleluya”.

Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula

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Esta entrada fue publicada el 6 marzo 2015 por en Actualidad.
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