Homilía del Señor Arzobispo para el Domingo de Pascua de Resurrección del Señor
“Él tenía que resucitar de entre los muertos”
Hay personas que dicen que son creyentes pero hacen afirmaciones contrarias: “De la otra vida nadie ha vuelto…” “Yo no he visto a nadie que haya resucitado…” Detrás de estas palabras está una realidad bien definida: no creen en la Resurrección de Jesús, no aceptan la otra vida.
Quizá hay sacerdotes que no predican mucho sobre la resurrección de Jesús. Puede que nos esforcemos porque la gente conozca al Señor, su vida, sus milagros, sus promesas, sus exigencias morales, pero luego no vamos a lo central, a lo fundamental de nuestra fe.
Para los primeros cristianos decir: “Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos” era algo tan natural como respirar. No necesitaban ni largos sermones ni explicaciones complicadas. Y saludarse con un “Cristo ha resucitado” era tan apropiado como nuestro rutinario “buenos días”.
La Pascua es para nosotros el fundamento de nuestra fe, de nuestra esperanza y la suprema motivación de toda la vida moral del cristiano. Ser cristiano es vivir realmente y en profundidad, la realidad maravillosa del Misterio Pascual de Cristo.
Y entonces nos preguntamos ¿cómo hablar hoy a nuestro mundo de la resurrección del Señor?
En nuestras sociedades parece como si la realidad de la resurrección ha quedado desplazada por la teoría de la reencarnación. Es como si las personas no se resistieran a morir materialmente y quieren volver una y otra vez a nuestra carne. Los cristianos no creemos en la doctrina de la reencarnación. Creemos en la resurrección. Alguno me dirá que resucitar es más difícil que reencarnarse. Yo no creo que mi carne vuelve otra vez a cumplir con un ciclo eterno de purificación.
Creo en algo que sólo Dios puede hacer y es dar vida a mi vida ya revestida de una carne nueva y de una realidad nueva.
Es inútil tratar de explicar la resurrección de Jesús a una persona que no ha caminado con Él por los caminos de la fe. Comprender la realidad de la resurrección significa haber aceptado previamente la vida que muere en la cruz para esperar un después más allá de la muerte.
Creer en la resurrección es experimentar el cumplimiento de una promesa dada por Jesús. Si no has vivido antes la promesa no puedes ver su cumplimiento.
Ver la resurrección es experimentar la presencia del resucitado más allá de lo que experimentan nuestros ojos. Captar la presencia del resucitado es mirar con el corazón los momentos y los acontecimientos de la vida. Si antes de su muerte Jesús pudo hacer milagros que otros captaron con la vista de los ojos, ahora la nueva realidad le da la profundidad de la mirada del corazón.
A esto estamos llamados los creyentes en Jesús: ver la realidad de la vida humana con los ojos del corazón.
Resucitar es una nueva vida, es victoria sobre los enemigos e incluso sobre uno mismo. Resucitar es el triunfo del amor que es más fuerte que la muerte. Resucitar es empezar de nuevo de otra manera, desde otra realidad. Esta realidad no se capta con la sola inteligencia sino con la fuerza de la fe. Es increíble porque sólo Dios es quien lo puede hacer. El tema no es entender la resurrección, la cosa es vivir como resucitados.
Muchos creyentes de nuestro tiempo se parecen a aquellos apóstoles después del viernes santo que no esperaban ya nada más de la aventura con Jesús. Morir Jesús era terminar el seguimiento que un día habían comenzado.
Muchos cristianos de hoy se identifican más con el Viernes Santo.
La Pasión, el sufrimiento, la sangre, la guerra, las víctimas, todos somos víctimas o nos identificamos con las víctimas… La muerte es glorificada y las pantallas se llenan de tragedia. Y las calles se llenan de procesiones de Cristos ensangrentados.
Somos el pueblo del Viernes Santo y de los funerales abarrotados. Tan acostumbrados estamos a la seriedad de los funerales que no sabemos qué hacer con la fuerza nueva; tan acostumbrados a vivir como víctimas que nunca nos sentimos liberados; tan pesadas las lápidas que pensamos que ni Dios las podrá remover. Dejemos de “buscar al que vive entre los muertos”; dejemos de resistirnos a salir de nuestras tumbas. La piedra y las piedras de todas las tumbas han sido quitadas y somos invitados a vivir la novedad de la vida nueva, resucitada.
¿Y el Día de Pascua? ¿Y el domingo, día pascual? Pascua, el día más joven del año, día de la risa, de la alegría, de la muerte vencida, el día sin mortajas, sin piedras y de puertas abiertas… No sabemos cómo vivirlo.
El día de Pascua es el día de dar la espalda a todos los camposantos del mundo para abrazar gozosamente a los hermanos, la esperanza y la vida.
En este mundo lleno de desgracias, la compasión es muchas veces un sentimiento estéril y teatral.
Los cristianos, los cristianos de la Pascua, estamos convocados a ejercer el ministerio de la esperanza y de la fe de la Pascua.
¡Qué hermoso! Una mujer, María Magdalena, predicó el primer sermón de Pascua de Resurrección.
Se lo predicó a unos hombres que, muertos de miedo, habían echado la piedra al cenáculo.
Menos mal que la escucharon y creyeron y así comenzó a caminar un nuevo pueblo, el pueblo del Día de la Pascua de Resurrección.
“María Magdalena fue corriendo donde estaba Simón Pedro con el discípulo preferido de Jesús y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,2).
¿Ese “no sabemos” se refiere también a nosotros?
Son muchas las cosas que no sabemos, que nunca sabremos.
Hoy, Día de Pascua, sí sabemos que Cristo ha resucitado, que Cristo vive, y que todo y todos tendremos un “final feliz”.
¿Se han dado cuenta que lo que de verdad impresiona de Jesús es su entrega a los demás? Los creyentes no nos quedamos solamente en la visión material de las cosas, tratamos de ir con más profundidad a esa realidad misteriosa de Dios para ir profundizando en Él, y, lo que es más importante, correr la misma suerte que el Maestro.
En definitiva, la resurrección es la fiesta de la vida. Nunca más la muerte va a tener la última palabra en la vida de las personas. Quien siga a Jesús tendrá un horizonte más allá del horizonte de nuestra materia. Quien le siga correrá su misma vida y su misma resurrección con lo que queda demostrado que el amor es más fuerte que la muerte.
Después de un partido de fútbol, los triunfadores se abrazan, cantan y celebran jubilosos la victoria. Los cristianos, el domingo de Pascua, día de la victoria sobre nuestro último enemigo, la muerte, tenemos motivos más que sobrados para saborear y celebrar bulliciosamente este gran acontecimiento.
Los cristianos orientales, durante el tiempo de Pascua, archivan los saludos rutinarios y se abrazan mientras se dicen: Xristós anesti y contestan: Alethós anesti. Cristo ha resucitado. Verdaderamente ha resucitado. Hermosa costumbre que centra la vida en el corazón de nuestra fe.
Cristo ha resucitado. Cristo vive. Aleluya.
Esta es la gran noticia. No estará en la primera página de ningún periódico pero este grito de alegría resuena en todas las iglesias del mundo.
Felices Pascuas de Resurrección!.