Lizeth, la muchacha marginada que estudiando cambió su vida
Por: Suyapa Guadalupe Banegas
Cada mañana algunos pequeños y adolescentes se despiertan con el suave susurro de sus madres anunciándoles “Se hace tarde, levántate para ir a la escuela”. Seguido de unos buenos días, la madre le anuncia que su desayuno está servido. Luego la despedida momentánea está llena de sentimiento con un beso despide a su pequeño y le alienta a portarse bien.
Así se va este pequeño a sus clases y después de la jornada escolar llega a su casa para ser recibido con amor por su madre. Luego, juntos hacen las tareas asignadas, no importando el cansancio ni la escasa paciencia la madre o el padre pero, con amor, realizan esta labor.
Pero, ¿qué pasa cuando las circunstancias no son precisamente las antes descritas?… Un buen estudiante depende mucho del ensamble de maestro y padres de familia, pero cuando uno de estos elementos está ausente: ¿Podrá el niño o la niña iniciar y continuar con sus estudios si su padre o su madre no están?
Muchos papás no cumplen con la labor que Dios en su momento les encomendó; el de educar, formar y amar a un pequeño que se abandona en los brazos de los seres que más lo debería amar en este mundo.
Esa es la historia de una joven a la que llamaremos solamente “Lizeth”, quien pidió el anonimato debido a las situaciones delicadas en las que le tocó vivir, pero que ahora ha superado las barreras del abandono, la pobreza, la indiferencia del Estado. Ella está próxima a ingresar a la Universidad, pues culminó sus estudios secundarios convirtiéndose en una profesional de la administración de empresas.
Lizeth comenzó su relato con mucho titubeo, seguido de un llanto incontenible, enormes gotas rodaron por su cara. De tez trigueña, su mirada delataba dolor y sus manos temblorosas ayudaban a secar su llanto. Llanto que le sirvió de valor para decirnos:
“Tengo 25 años; vengo de una familia muy pobre, somos seis hermanos, desde que yo me acuerdo cuando yo asistía a la escuela yo no era buena estudiante, debido a que mi madre no se preocupaba de cómo iba en la escuela. Recuerdo que repetí los primeros años de primaria muchas veces, pienso que allí se necesita a una madre que lo dirija a uno”.
Su voz se volvió aún más frágil y con mucha tristeza dijo: “mi madre me abandonó, se fue y nos dejó. Me tocó ser madre para mis hermanitos; mis hermanos mayores se fueron también de casa, sacrifique mi estudio, por ellos, cocinaba, les lavaba, aseaba la casa”.
Ella recuerda que las tardes se le hacían largas, debido a que su padre trabajaba todo el día y la angustia se apoderaba de ella ya que en el barrio donde residía, el peligro se respiraba segundo a segundo. “Mi padre me apoyaba y hacia lo necesario para que nosotros pudiéramos aunque sea comer”.
Una luz en plena oscuridad
Un rayito de sol se asomó en su vida gracias a un rótulo que vio colgado en un lugar cercano a su vivienda en el que decía que se daba la oportunidad de estudiar a jovencitas. Esto era en el lugar fundado por Sor María Rosa llamado Proyecto Reyes Irene. Así que llegó hasta ahí y logró terminar su primaria aún con mucho sacrificio.
Recuerda que la rebeldía a veces se apoderaba de ella ya al entrar a la adolescencia: “No tenía una autoridad, mi madre no estaba, mi padre no pasaba conmigo pues tenía que trabajar, luego logré entrar al colegio, pero me daba mucha tristeza ya que mi papá no podía sufragar los gastos que generaba el colegio, recuerdo que compraba unos libros, otros no, pues eran muy caros, pero con todo y todo seguí adelante”.
Una de las etapas más difíciles de su vida fue paradójicamente cuando su madre regresó a casa: “ella se drogaba, se acostaba con varios hombres para conseguir droga, era horrible … el silencio se apoderó del lugar y luego tomó aliento para decir: “recuerdo que incluso llegue a tener una etapa más difícil, la desesperación me llevó a robar junto con unos familiares” …
Luego viví con un, primo y la situación se agravó mi vida era un desastre, tenía veinte años pero un día decidí salir adelante “Reyes Irene” me abrió sus puertas, me ha ayudado mucho, pude terminar mi secundaria y soy bachiller en Administración de Empresas.
“Ellos me abrieron las puertas de aquí y ahora colaboro en la Biblioteca y quiero estudiar Psicología para ayudar a personas que han sufrido como yo”.
Aquí ha encontrado lo que la vida y su madre le negaron: amor, comprensión, apoyo moral y sobre todo ha podido creer en sí misma. Lo que antes le parecía un privilegio para algunos el de portar un uniforme y llevar unos libros bajo el brazo, ahora es una realidad, se ha abierto camino aún en medio de la pobreza, la desesperación y el abandono, lo que algún día la atormentó hoy es su escudo contra los embates de la vida.
“Ahora sueño con ayudar a jóvenes como yo y convertirme en una profesional de la Piscología” concluyó diciéndonos la joven.
Historias como estas existen muchas, están escondidas en los barrios marginales de nuestra capital y de todo el país, donde la plaga de la pobreza carcome los hogares y pasa factura a los más desprotegidos: los infantes.